Realmente
esta crónica amanece en la tarde de ayer. La noche cayó mientras veíamos a lo
lejos el Wat Arum, un templo muy particular, y el Wat Po, que dicen de él que
es uno de los templos modestos de la ciudad pero igualmente sorprendente. Lo
que más, tal vez, su gigantesco buda reclinado de 46 metros de base y 15 de
alto recubierto de pan de oro y que representa su paso al nirvana y su muerte.
Y para que la visita sea de ensueño, podéis entrar (dentro del recinto) en el
Centro Nacional para la enseñanza y preservación de la Medicina Tradicional
tailandesa donde, dicen, dan unos masajes fabulosos, aunque algo más caro que
en el resto de la ciudad. Nosotros optamos un gabinete al lado de nuestro hotel
(180 baths / 1 hora) en el que le pusieron toda la pasión del mundo, con todas
las letras, a esta milenaria tradición tai.
Pero
el final, que es el principio, se llama Wat Phra Kaew y Gran Palacio. Una
maravilla arquitectónica de más de 10.000 metros cuadrados que os llenará la
visita de gran parte de la mañana por su extensión y sus innumerables detalles
(entrada 500 bath). Hay que vestirse para la ocasión (los templos son lugares
sagrados) y estar atentos a los espabilados carteristas. Y, sobre todo,
admirar.
En
Bangkok a 5 de julio de 2013.
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