sábado, 31 de julio de 2010

Día 5: Recorriendo la Costa Dalmática

Dalmacia, una de las zonas más conocidas de Croacia, no es solo interesante por sus costas y sus playas de aguas cristalinas, que también, sino por los vestigios de otras épocas: romanas, del renacimiento venenciano, etc. Precisamente una de las ciudades marcadas por la huella del pasado era la que visitamos primero, Trogir. Dicen que una de las ciudades más bonitas de la costa y lo es, pero, sin duda, el colapso de turistas en sus calles, le hacen perder encanto, se levanta sobre una isla en medio de un canal. En una hora se puede ver todo el perímetro de la población y el corazón de ésta. No que no se debe perder nadie es la portada labrada de la Katedrhala Sv Lovre (la entrada es de pago, pero te dejan pasar para ver la portada si le dices que es para una foto). Junto a sus monumentos, presté especial atención al mercado que montan en la entrada de la villa. En él, campesinos y campesinas venden en rudimentarios puestos con añejas balanzas como testigo de la compra venta sus frutas, verduras y hortalizas. Un simple vistazo hace ver que a croatas y españoles nos unen muchas cosas, pongamos por caso, brevas, sandías, uvas, guindas…



Seguimos nuestra ruta para llegar a Split, la segunda ciudad más importante del país. A pesar de que fueron los griegos los que la fundaron, las reminiscencias romanas también son constantes. Su visita es agradable, y ya que está uno por allí, pues no está de más hacer honor a uno de los postres más famosos del mundo nacidos por esas tierras, la Banana Split. Sí, es un invento que tuvo lugar en esta ciudad (plátano, helado de vainilla y nata).

Las opciones para llegar desde este punto hasta Dubrovnick son dos: carretera nacional de costa o autopista. La primera es bonita, su discurrir lento y tedioso; la segunda, de pago pero rápida y segura. Pero hay un pequeño tramos sin elección, nacional, sí o sí. La cogimos, pero demasiado rápido, a 88 kilómetros por hora (el límite en zona urbana, según nos contaron, está en 50 kilómetros hora). La pareja de policijas que nos paró nos pidió 1000 kunas, que al cambio viene a ser unos 150 euros. Después lo rebajaron a la mitad y, por suerte, al final les dimos tanta pena que nos condonaron la deuda e incluso terminamos hablando de fútbol con los agentes.




Antes de llegar a la perla del Adriático, y con el miedo ya superado, hicimos un alto en el camino en Ston. Tampoco suele aparecer en las guías, pero su muralla de 5,5 kilómetros y sus ricas y especiales ostras (es una variedad autóctonas, bien merecen una parada. Total, solo vale medio euro cada molusco.

En Dubrovnik a 6 de julio.

viernes, 23 de julio de 2010

Día 4: De la montaña a la costa


En Croacia amanece muy temprano, casi a las cuatro de la mañana. Depende del habitáculo donde esa noche toque dormir, y la existencia o no de persianas, el madrugón es de mayor o menor entidad. Hoy hemos tenido suerte con la casa de nuestros anfitriones croatas y la temprana hora de puesta en marcha, las 7.30 horas, ha sido voluntariamente elegida.


Poco después del desayuno nos pusimos en dirección al Parque Nacional de Plitvicka Jezera (Lagos de Plitvicka), situados en el centro del país y en donde se pueden ver 16 lagos repartidos por sus más de 30.000 hectáreas de extensión. La visita del entorno natural, el más importante del país y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, bien merece una visita, a pesar del abusivo precio de la entrada: 110 kunas (aproximadamente 15 euros).



Tras la calma del sitio natural, la carretera, siempre en buenas condiciones pero habitualmente, como en este caso, de un solo carril, nos llevó tranquilamente a nuestro primer acercamiento con el duro y puro turismo en Croacia. Nuestro primer objetivo de la Costa Adriática es Zadar, una zona que se vio muy afectada por la Guerra de los Balcanes por su situación estratégica y que ha sabido restaurar todo su patrimonio del que destaca, sobre manera, la Iglesia de San Donato, una basílica medieval que se considera uno de los monumentos más importantes del país. Además del tránsito por sus atestadas calles, es obligado en Zadar un paseo por la Nova Riba, un cuidado paseo marítima a orillas del mar Báltico (en donde aproveché para darme un baño) que termina en un invento de lo más particular: un órgano del mar construido con agujeros que en su interior reciben la fuerza aleatoria de las olas produciendo un bello sonido creado por la naturaleza. ¡Una idea fascinante!



Y tras la melodía, pusimos rumbo, esta vez por autopista (siempre de dos carriles, en buen estado y de pago) hasta Trogir. Los cambios e improvisaciones del viaje hicieron que acabáramos durmiendo en un pueblo a tres kilómetros de nuestro destino, Seget Vranjica. La habitación con terraza al mar, la cercanía del hotel a la playa, a cuatro pasos contados y los regateos con el dueño, hicieron que la ruta fuera modificada por tan evidentes razones. Brindamos con cerveza por ello.




En Seget Vranjica (Costa Dalmática), a 5 de julio de 2010.

martes, 20 de julio de 2010

Día 3: Rastoke, maravilla natural no declarada


Amanecimos en Zagreb, capital de Croacia y principal centro cultural y político del país. Al no estar situada en la costa, el turista de sandalias y toalla suele pasar de ella. Graso error teniendo en cuenta su monumentalidad y la vida de sus calles y bien decoradas terrazas.

La visita tiene dos partes bien delimitadas, el Gornji grad, barrio alto, y el Donji grad, barrio bajo. En la parte alta pueden verse la mayoría de atractivos de la capital: la animada plaza Josip Jelic, la catedral, con especial atención al púlpito barroco de 1696 y el dolac o mercado, que además de buena fruta y verdura os dará una perfecta instantánea del sentir diario de esta ciudad (llama mucho la atención las sombrillas, en vez de toldos, que usan los tenderos). Otro detalle muy curioso en esta zona es la capilla que hay en plena calle, justo bajo el arco de Kamenita Vrata, y en la que los croatas rezan con fervor, y el tejado cubierto de tejas policromadas de la iglesia de Santa Marka. En la parte nueva me sorprendió el Teatro Nacional. Sus zonas ajardinas o algunas de sus plazas son otras buenas opciones para pasear por Zagreb.




Después de la visita, y con el mercurio estancado en los 30 grados, es decir, un calor considerable, nos instalamos en una fresca terraza de una cadena nacional, VIP, para ver a Rafa Nadal disputar la final de Wimbledon y de camino comer algo.




Tras el tiempo de asueto, pusimos rumbo al Parque Nacional de Plitvicka Jezera, que mañana visitaremos. Pero antes, y por recomendación personal de una de las chicas de la oficina de información turística de Zagreb, cambiamos la ciudad de Karlovac por Rastoke. Esta pequeña aldea que pertenece al condado de Slunj ni tan siquiera en los mapas, por suerte. Una decena de casas perfectamente situadas entre cascadas y saltos de agua salpicados por zonas verdes y boscosas, conforman la preciosa postal de este rincón del mundo donde con la mejor de las sinfonías, la que crea el agua, se puede alcanzar un climax natural al completo.


Tras el éxtasis, conseguimos alojamiento en casa de una familia croata, a tan solo unos kilómetros del parque. Esta práctica es tan repetida como recomendable, y totalmente legal (nada más alojarte te piden el pasaporte para inscribirte en el registro nacional del ministerio competente). Por solo 13 euros, al cambio, disfrutamos de un trago de rijeka (orujo) en familia y un merecido descanso.


Camino del Parque Nacional de Plitvicka jezera, a 4 de julio de 2010.

domingo, 18 de julio de 2010

Día 2: El lago Bled y una cita pendiente en Ljubljana


Nuestro lugar estaba hoy en la naturaleza, más concretamente en Bled (desde la capital hay que tomar el bus número 7 desde la estaciones de autobuses. El viaje dura 1 hora y 20 minutos y el precio del billete es de 6,40 €). Este pequeño pueblo que pertenece a la región de Gorenska bien merece la pena visitarlo, aunque solo sea por su lago. 2.120 metros de largo, 1.380 de anchura y 30 metros de profundidad; en invierno, apto para el patinaje, en verano, por sus aguas cristalinas, dispuesto a ser remado por avanzados e intrépidos remeros; pero sobre todo, Bled es una postal hecha realidad y, por suerte, no muy avasallado por el turismo.

Carlos y un servidor, grandes amantes del deporte, teníamos claro desde antes de llegar que queríamos emular a la pareja masculina de remo compuesta por Iztok Cop y Luka Spik, del Club de Remo Bled, y medalla de oro olímpica en Sydney 2000, la primera de este metal para el país. Empezamos mal, como patos mareados a los remos, pero fuimos avanzando, aunque no tanto como para llegar a tiempo a un islote que hay en medio del lago y volver a embarcadero en menos de una hora, lo que teníamos contratado. Tuvimos que emplear media hora más y nos consta que a los eslovenos con una hora les sobra… No obstante, como recompensa, me tomé un baño, en calzoncillos eso sí (no llevaba bañador) en tan dulce y fresca agua, más tarde una cerveza en una terraza con vistas a los Alpes julianos y camino a la capital.



Allí, además del resto de monumentos y atracciones turísticas que nos quedaban por ver, comenzando por el castillo que reina en lo más alto de la ciudad, teníamos una cita pendiente en un restaurante de los auténticos del que nos enamoramos nada más verlo, el Compa. Les traduzco al español lo que comimos: un generoso plato de queso, jamón esloveno, y una carne con un variado de carnes y verduras. Todavía sigo harto de solo pensarlo.



La mejor manera de bajar la comida hubiera sido bien a la selección jugar frente a Paraguay su partido de cuartos de final del Mundial de Sudáfrica, pero el caprichoso destino quiso que a las 21 horas (el partido comenzaba a las 20.30 horas) saliese nuestros tren con destino Zagreb.

No supimos el resultado hasta que nos apenamos del tren. Lo que si nos llevamos en el ferrocarril fue un buen susto, por dos veces. Primero entró la policía eslovena, y después la croata. Estábamos atravesando la frontera que marca la separación entre Eslovenia y Croacia. Ahora ya estamos en el país rojo y blanco. Apunta bien…

En Zagreb, a 3 de julio de 2010.

jueves, 15 de julio de 2010

Día 1: "Esto es Ljubljana"

A las 19:45 horas aterrizamos en Lujbljana, no sin antes haber visto en verdísimo y bucólico paisaje que acompaña en todo su territorio al país esloveno. Marcaba 25 grados el autobús que nos llevaría del aeropuerto de la capital, el único verdaderamente internacional de todo el estado, hasta el centro (aproximadamente 40 minutos de viaje y 5 euros). Poco tiempo después conseguimos alcanzar nuestra habitación en el Hotel Park (las plantas más altas del hotel se convierten en hostal con un servicio más reducido, pero también un precio más económico). Y sin más tiempo que perder, nos fuimos a vivir la ciudad.



Lujbljana, lugar de confluencia de las corrientes centroeuropeas, mediterráneas, balcánicas y de la Europa del Este, pronto nos sorprendió. Caminamos bordeando el río Ljubljanica y gozamos del ambiente que rebosaba las calles empedradas del barrio viejo. La luz del atardecer hizo la estampa de la ciudad una exquisitez, con el edificio del mercado central y el castillo al fondo, las terrazas repletas (la mayoría de gente que veían el Uruguay – Ganha del Mundial) y la temperatura en su punto.



Observando todo los factores que rodean a esta capital en miniatura se puede afirmar que Ljubljana vive su tranquilidad. La vive sobre todo en verano, echándose la gente a sus calles, con espectáculos, animación, pero siempre con un grado colosal de calma, paz y sosiego. Con esa atmósfera sobrecogedora entramos en el meollo de la ciudad a través del puente triple, una edificación que construyera en 1842 Joze Plecnick, el arquitecto principal de la ciudad.



Para comer, fuera del bullicioso y más turístico centro histórico, encontramos un par de gostilnas, auténticas tabernas eslovenas. El primero, el Compa (Trubajeva, 44) nos pudo atender porque estaba cerrando, pero el Pohf (Trubarjeva, 40), sí que lo hizo. Pudimos disfrutar de la prórroga del Uruguay – Ganha y los penaltis con bebida (cerveza Union y Lasko, las marcas nacionales más reconocidas) y la misma comida que come el cerrajero, el fontanero y el abogado del barrio: gnocchi para Carlos (la comida eslovena tiene mucha influencia del vecino país transalpino) y de ciervo para mí. Y de postre un helado junto al río.



Al final del día, Carlos y el que suscribe decidimos ponerle un nuevo sinónimo a la palabra excelente, pongámosle por ejemplo “Ljubljana”.

En Lujbljana, a 2 de julio de 2010.

martes, 13 de julio de 2010

Día 0: Amigos de viaje en tránsito

Ya van dos veranos seguidos que viajo con mi nuevo “amigo de viajes”, Carlos. Lo conocí en la facultad, y en la clase, en los bares y en los campos de fútbol fuimos fraguando nuestra amistad. Pero el año pasado surgió la idea de hacer un viaje diferente: Estonia, Letonia y Lituania. Encontré en él las características que debe tener este “amigo de viajes”. Cada uno fue como era, es decir complementarios. Por ello, este año decimos repetir. En este ocasión Eslovenia y Croacia, la ruta que soñamos antes de que acabara nuestra anterior aventura, un habitual del viajero.


Cuento todo esto antes de empezar a escribir la ruta propiamente dicha por la importancia que tiene para mí la compañía, en tantas cosas, pero sobre todo en los viajes. Me acuerdo cuando junto todas estas letras de Edu y Adri, otros grandes amigos, también de viajes.


Una vez todo listo nos pusimos rumbo a Eslovenia, uno de los países más pequeños de Europa (del tamaño de Galicia), otrora perteneciente a Yugoslavia e independiente desde 1991 (en 2004 ingresó en la Unión Europea). Pero antes teníamos que hacer escala en el aeropuerto de El Prat de Barcelona. Seis horas de espera que se pasaron de forma vertiginosa entre la planificación sobre el mapa de la ruta a seguir, la lectura, el almuerzo y la coincidencia con ilustres, primero Antonio Orozco, con el que compartimos el vuelo desde Sevilla y más tarde, en el aeródromo barcelonés, con el gran Falete.

En Barcelona, a 2 de julio de 2010.

jueves, 1 de julio de 2010

Escapada veraniega: Eslovenia y Croacia


Aprovechando unas mini vacaciones estivales aprovecho para hacer uno de esos entretenimientos más divertidos que se me ocurre, viajar. Esta vez hemos elegido, Carlos, amigo y compañero de viajes ya, y el que les escribe, dos destino distintos a la vez que muy atrayentes: Eslovenia y Croacia. La ruta comenzará en la capital impronunciable del país esloveno (en la imagen el Lago de Bled, situada a 50 kilómetros de Ljubiana) para luego seguir en territorio croata, primero en Zagreb, y luego, recorriendo la costa Adriática y Dalmática llegar a nuestro destino final, Dubronick, no sin antes pasar por Split, Trogir, Zadar o algunas de las cientos de islas o decenas de parques naturales con que goza el país. Todo ello y mucho más se lo contaremos a la vuelta.


A disfrutar del verano...viajando