viernes, 22 de abril de 2011

Día 2: 'The show must go on'

Lo que más me gusta de la casa de Pitu son sus dos amplios ventanales. Desde el que está más pegado al fregadero, al oeste, se ve el Queensburg bridge y parte del barrio de Queens; desde el otro, el que está justo enfrente, al lado de la pecera, se puede observar el Williamsburg bridge, una vista parcial de Manhattan, y de fondo, en la lejanía, el puente de Brooklyn. Él vive en otra isla, Roosvelt Island, alejado del mundanal ruido. Este trozo de tierra rodeado de agua está a tan solo una parada de metro del lío o, si lo prefieren, a una parada de telesférico (muy recomendable aunque no aparezca en las guías), pero la restricción al tráfico rodado y los tan solo 7.000 personas que la habitan hacen de este pedacito de NY un remanso de paz entre tanta tormenta.






El tiempo correo más rápido de lo normal en esta urbe y hay que elegir: Estatua de la Libertad o Staten Island. En la primera opción, con un ferry que cuesta 12 $ se llega a Liberty Island y se ve la estatua más emblemática del país. En la segunda opción, un ferry gratuito, se puede ver la Estatua de la Libertad, el sur de Manhattan y el puente de Brooklyn. Para ver el famoso puente, ya en tierra firme, pasa lo mismo; si estás en él no lo ves, y una buena elección es pasear por el Puente de Manhattan, paralelo a éste.






Tras el vaivén nos reunimos María José y el que suscribe con Pitu. La maraña de barrios que se entrelazan sin solución de continuidad era nuestro objetivo: NoHo, Nolita, SoHo, Little Italy y así hasta llegar al mítico Chinatown. Tras ellos, seguidos en la cuadrícula perfecta del mapa de la ciudad está lo que se conoce como Financial Distric. Si no llueven billete en esta área es porque los tienen a buen recaudo, pero dicen que en estas calles se encuentra una parte muy importante de todo el dinero que hay en el mundo, ya sea en lingotes, acciones o bonos. De entre todas las calles, a la más rica le pusieron un nombre simplón, Wall Street.





La vida de esta zona contrasta, supongo que todo serán imaginaciones mías, con la calma de la Zona Cero. En lo más profundo del agujero gigante que dejó huérfano de ajetreo a esta área de la ciudad que intenta brotar desde el día después del 11 de septiembre de 2001 con ansias de pasar página pero sin olvidar. Para ello está el Memorial que se sitúa al oeste de lo que fueron un día las Torres Gemelas. Son buenos para esto de rendir homenajes a sus caídos los americanos y ya levantan una nueva construcción para su recuerdo. También son buenos con los negocios y te cobran la entrada a precio de oro al centro de visitantes. El punto y seguido lo ponemos con un buen plato de sushi junto al desgastado toro de bronce que representa la fuerza de la economía estadounidense. Fue un paréntesis, un descanso para lo que sigue.




El espectáculo debe comenzar. Madison Square Garden. 20.000 espectadores. New York Knicks – Milwaukee Bucks. El American way of life va incluido en la entrada. Todos nos contagiamos. Hay que consumir: la mano con el número 1 de los Knicks, la gorra, la camiseta, el cubo de Coca cola, la caja de perritos calientes…la fiebre por el espectáculo ya se ha desatado mucho antes que el árbitro lance la pelota a lo más alto del pabellón. Animadoras desde Virginia. El gran marcador con el calentamiento en vivo. Himno nacional. Canasta. Triple. Gran partido de Carmelo Anthony. Ídolo. El partido parece que hace tiempo que no importa. Último cuarto. Locura colectiva. Ahora sí, miran con atención la cancha. 114-108. Knicks wins. Éxtasis. Party city. Vuelta a la calma. No hay frases, solo palabras. The show must go on! Al menos una vez en la vida…al fin y al cabo es parte del sueño Americano.


En Nueva York, a 23 de febrero de 2011.

miércoles, 6 de abril de 2011

Día 1: El museo es NYC


Dice Enric González en su delicioso libro Historias de Nueva York (RBA) que “cuando en Nueva York son las tres de la tarde en Europa son las nueve de diez años antes”. A mi colega de profesión y corresponsal de El País (ahora en Jerusalén) no le falta razón. En una especie de ciencia ficción reconocida, la tecnología y los avances nos apabullan desde que subes el último peldaño de la estación de metro. El cine, otra vez, Internet o la tv nos lo habían dicho, pero en este caso, la realidad supera a la ficción. El epicentro del centro del mundo está en el cruce entre la 42 th con la 7 th, o lo que es lo mismo Times Square; las catedrales aquí se erigen con cemento y mucho cristal y sus vidrieras son de LED ultramoderno.





Pero aquí todo es factible de poder ser: libras de M&M servidas a granel, montarse en una noria dentro de una tienda Toys `R´ Us, un kilo y medio de hamburguesa con patatas fritas, millones de vinilos antiguos… En esta ciudad hay mucho de todo, incluidos museos, pero el más grande está en sus calles: tiene miles de plantas dedicadas a la construcción y al diseño (empezando por el mítico Empire State Building que hoy hemos visitado), otros millones de metros cuadrados lo dedica a la parte antropológica (toda raza, nacionalidad, religión y cultura puede verse por sus amplias avenidas, y tampoco se queda corta el ala dedicada al arte.





Para ver toda esta gigantesca sala expositiva en la que se conforma la ciudad hace falta una cosa que siempre le falta al turista, tiempo. Por ello, saqué una pronta conclusión, Nueva York es, definitivamente, una ciudad para vivirla no para visitarla. Pero a falta de pan, y como prólogo a una estancia mayor, lo mejor es echar un vistazo general a la Gran Manzana desde el Top of the rock (Rockefeller center, 20 $). Las vistas en 360 º son insuperables. Antes se me olvidó, en NY también pueden comprar kilos de diamantes. Lo encontrarán en Tiffany & co (727, 5 th Ave.), la joyería más famosa del mundo gracias a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes.





También nos pasamos para acabar un día agotador por Broadway y cumplir con un plan clásico, un musical. Lo importante no es el título, que tendrán que elegir en función de su compresión del inglés, los horarios, etc., lo fundamental es conseguir las entradas a buen precio. Para hacerlo hay que cumplir religiosamente con la cola que se forma en TKTS (cruce de Broadway y W 47 th st.), unas taquillas que despachan las localidades con hasta un 50 por ciento de descuento. Nosotros conseguimos las nuestras para Mary Poppins (soberbio) por 34 $, justo la mitad. Y de la magia sobre las tablas del teatro cambiamos a una parecida que se hace en la televisión. Cosas de la vida acabamos presenciando el rodaje de un video clip para un grupo sudafricano en un estudio neoyorkino con Pitu a las tantas de la noche. No se si han oído hablar del croma, pues en esa lona está el truco de fabricar los sueños en este caso, que un día más nos siguen. ¡Corten! ¡Toma dos!



En Nueva York, a 22 de febrero de 2011.