No
suena el canto del gallo. Entre lo verde se escuchan ramas caer, grillos y
otros estridentes sonidos. Es hora coger uno de los muchos barcos que nos
tocan. La primera parada es, casi imprescindible para el viajero, Ko Phi Phi (os dejo enlace a una página muy completa de la isla).
Este
destino, estrella entre todos los turistas, es un reguero de personas que a su
vez trae aparejado todos los problemas que crean las multitudes.: suciedad,
alboroto, desnaturalización, contaminación, etc. Pero claro, ¿qué tiene esta isla que todos
quieren venir? En esa duda no quería quedarme y en esas estamos. He viajado
para en cada paso saber menos por conocer más…
Sin
duda, la llegada, un equilibrio imperfecto entre la apabullante naturaleza y el
desmadre humano del turismo, ha sido impactante. Pero conforme ha ido pasando
el día y los visitantes marchaban de vuelta, la supremacía natural ha ganado.
Phi Phi Dom, la mayor de las islas que forman el archipiélago y la única donde
se puede pernoctar, me está conquistando. Mucha culpa la tiene las vistas que
tengo a pie de orilla (literal) desde mi bungalow de PP Nice Beach Resort.
Otro, sin duda, la grande del medio ambiente sin gente, al menos, sin tanta
gente.
A esta
hora, cuando ya es noche cerrada, admiro su belleza pero también reflexiono de
su fuerza, su garra, su potencia, esa que castigó en 2004 con un tsunami a tantos miles de personas y dejó un recado,
posiblemente olvidado (solo quedan varias señales de evacuación) a los
tiburones que andan a sus anchas por las ciudades.
En Phi
Phi Dom a 13 de julio de 2013.
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