sábado, 15 de enero de 2011

Día 9: El mercado de las ilusiones


La manera más cómoda de moverse por Addis es el taxi. Sin embargo, no es esta la mejor manera de hacerlo. Siempre que se pueda, caminando el visitante estará más cerca, en contacto, para poder empaparse de los pequeños rituales, ancestrales costumbres y diversas peculiaridades que conforman el estilo de vida de un pueblo. En el caso de no poder hacerlo, la alternativa es el autobús o el mini bus.



Tomé uno en dirección a plaza de México, y después otro hasta Merkato, todo ello por intuición. Me apeé en la Gran Mezquita de Annuar. Justo enfrente está la iglesia ortodoxa de San Rafael. El respeto mutuo impera en el día a día. No pasó una fracción de segundo desde que había pisado el polvo de la calle, cuando un ciudadano se me acercó. Necesitaba alguien me echara un cable para visitar el mercado más grande del país y unos de los más grandes del continente. No sabía como saldría en esta ocasión.


Bisrat tiene 32 años y todavía vive con su madre. Ha estudiado para enseñar una de las lenguas que se habla en el país, el inglés. No conforme, después de su paso por la universidad, ha vuelto a enrolarse en el mundo académico para especializarse en un inglés judicial que aprende en una especie de master. Quiere llegar lejos, lucha duro por ello, pero, reconoce con dolor, entrecortándosele el habla, que en su país es muy difícil.




Entre sus manos lleva una carpetilla transparente. Retazos de papeles usados y escritos en folio con sabor añejo se amontonan enumerados de forma ordenada. Me cuenta que es su novela. Ya la tiene escrita en Amariña, ahora la traduce al inglés. Esta historia me traslada a otro gran mercado africano, el de Onitsha (Nigeria), del que una vez leí que tenía su incluso su propia literatura.



El paseo es muy agradable. Intercambiamos palabras sobre el tenderete con mieles con el odio del pueblo a los negociantes chinos (venden productos de mala calidad y construyen carreteras a precios nada asequibles con materiales que se desgastan en poco tiempo – organismo internacionales quieren analizarlos, de forma independiente, para verificarlos); hablamos de los diferentes tipos de tela y de la poca productividad, en líneas generales, del etiope medio; debatimos sobre la calidad de las carnes y a la vez de cuál es la solución a los problemas.

En ese punto nos quedamos. Hay que tomar un refrigerio, pero nada más terminar retornamos al pasado inmediato. Me dice algo muy coherente, o eso me parece a mí: la solución para Etiopía pasa por los etíopes; y acto seguido me pone un ejemplo clarividente: un europeo viene a disfrutar un mes o dos a mi país, pero lo hace después de trabajar el resto del año durante todo el día. Los etíopes, en su mayoría, disfrutan todos los días del año (hay que haber estado allí para saber que no le falta razón a Bisrat).


Subiendo al monte Entonto, el lugar donde el emperador Menelik II construyó la capital en el origen, antes de desplazarse, definitivamente, a su ubicación actual, se siguió quejando amargamente de la ausencia de una clase media que nivelara las desigualdades. También me pidió, antes de despedirnos, que escribiera sobre su país; las cosas buenas, dijo, y “como estas pobres mujeres ancianas suben al monte a por ramas y hojarasca que tras transportas en sus espaldas durante horas vender por 20 o 40 céntimos de euro, al cambio, yéndosele junto a la mercancía la dignidad y la vida”.



Lo dejé atrás con un abrazo y me dispuse a encontrarme con Manuel y María en el Milenium, una especie de palacio de congresos. Habían estado toda la mañana en un bazar navideño que “preparaban” las mujeres de los embajadores para entretenerse y, de paso, recaudar dinero y lavar sus almas en pena.

Fuimos a comer y tras este paso, cambiamos la siesta por la preparación de un cumpleaños, el de Dani, un chico ecuatoriano de lo más agradable que trabaja en la capital en un comisionado de la ONU encargado de la igualdad de género. Lo que en España se arregla en una hora en un supermercado, aquí nos llevó toda la tarde: la carne en un sitio, la verdura en el mercado, los hielos en un pequeño despacho, las bebidas en otro supermercado y así hasta completar la lista de la compra.



Todo el género lo devoramos a la noche, en una barbacoa. Además de Manuel y María, muchos de los españoles que residen en la capital y otros amigos de diferente nacionalidad (en su mayoría trabajadores de embajadas, universidades u ONGs) departimos sobre interesantes temas del país, del mundo u otras ocupaciones y placeres más menudos. Si lo hubiéramos planeado, no hubiéramos encontrado mejor epílogo posible para esta gran aventura.

En Addis Abeba, a 27 de noviembre de 2010.

martes, 11 de enero de 2011

Día 8: Prueba superada, a pesar del gobierno

Las cosas en este país funcionan, a todas luces, de otra manera. A priori se podría decir que mal, pero para evitar análisis casi sin fundamento y estériles comparaciones, me limitaré a relatar lo ocurrido.

Efectivamente, cuando el reloj del aeropuerto de Lalibella marcaba las 07:30 de la mañana, allí estaba le tío como le habían indicado el día antes. Pregunté por Dereje, el encargado. Ya estaba al tanto del caso, ayer lo habían avisado. Me comentaron que siempre dejaban tres asientos libres de emergencia, pero el encargado, amable, se apresuró a desmentirlo. Mi única esperanza es que estoy en la lista de espera y precisamente a eso me manda. Pasa el tiempo, y ahora me cuenta que el avión no puede ir sobre cargado porque el aeropuerto está entre montañas ¿cómo si yo fuera una vaca lechera?, ¿cómo si yo tuviera culpa de dónde han construido el aeródromo? Verá que puede hacer. 50 % de posibilidades todavía.




Mi mano, instintivamente, se va acercando al bolsillo. Tal vez por unos birrs todo pueda arreglarse. Antes de que esto ocurra, es él el que me avisa. Va a hacer la vista gorda y me apunta en la lista de pasajeros a cambio de 100 birrs (4,5 € al cambio), me explica que en concepto de penalización. El billete está en blanco, no hay número de vuelo, ni nombre del pasajero.


Al rato, le vuelvo a preguntar: ¿qué probabilidad tengo de volar? 99 %, me dice ahora. Falta la autorización del piloto. Me hago el sueco y, en cuanto puedo, me subo al avión. Allí está el encargado. Somos cómplices con nuestra sonrisa. El porcentaje ha subido al máximo. Lo voy a conseguir, llegaré a la capital en el menor tiempo posible y como tenía previsto. ¿El avión completo? No, más de la mitad de los asientos están libres ¿Alguien entiende la situación?

Sea como fuere, alcancé el Aeropuerto Internacional de Addis. En la vuelta a la pelea diaria con taxistas, comerciantes o anónimos, llegaba reforzado, ¡ya no soy un novato! Me piden 150 birrs por llevarme en taxi. ¡Una mierda envuelta en papel fina de regalo con moña a juego del mismo color! Tras 15 minutos y tener que compartirlo con dos ingleses, pago 40 birrs.


Manuel, compañero durante un año en El Correo de Andalucía, me esperaba cerca de su casa. Harto de la situación que atraviesa en estos momentos el periodismo en nuestro país, se lío la manta a la cabeza y junto con su novia, María, que trabaja en la ACEID, se vinieron a Addis. Hacía tiempo que no nos veíamos. Dejé los utensilios de viaje y empecé a enumerarle una a una las aventuras vividas. Charlamos de España, de la profesión, de compañeros y de los viejos tiempos.

Cuando María terminó de trabajar, fuimos a almorzar. Y más tarde a su casa, para mí, mi hogar en Etiopía. Nada que ver con las frías y destartaladas habitaciones en las que había pasado parte de mi tiempo en el país. La casa, no muy lejos del centro, tiene jardín, es amplia, luminosa y cálida.

Nos venció la morriña y durante varias horas, repasamos cronológicamente la actualidad, desde nuestros días hasta nuestra más tierna infancia. Se me olvidó hacer turismo y, a Manuel hacer su examen de francés, pero estábamos tan a gusto, que ni hubo ni quise que hubiera lugar a ello.

En Addis Abeba, a 26 de noviembre de 2010.

jueves, 6 de enero de 2011

Día 7: La octava maravilla del mundo



Segunda capital del antiguo imperio de Etiopía, la Jerusalén de los cristianos ortodoxos, la fascinación hecha piedra, la octava maravilla del mundo. Y así durante días podría estar refiriéndome a Lalibella y sus inusuales, grandiosas y sorprendentes iglesias excavadas en la roca.

Para llegar a este pueblo situado en la ruta norte del país, se puede usar el autobús, el 4 x 4 o el avión. Esta última opción (120 €, 85 € si te beneficias del descuento por haber volado al país con Ethiopian Airlines) es la que utilicé para acortar el camino entre Axum y la ciudad santa.



En el hotel de Axum, estuve al quite de un grupo de turistas alemanes que se marchaban al aeropuerto en su propio mini bus. Me fui acercando poco a poco, y al rato pregunté si podía hacer el traslado con ellos. Todos amantes de nuestro país, no cesaban en enumerarme algunas de las ciudades más turísticas: “bonita Málaga”, “delicious Granada”, “Mallorca, guauu”, “great Marbella”, etc. Y así hasta completar un mapa imaginario que la mayoría de los alemanes, supongo, tienen de la piel de toro.

Los aeropuertos, a excepción del de la capital, parecen más una estación de autobuses de cualquier pueblo de España que un aeródromo como tal. Semivacíos, una sola azafata atiende una cola casi diminuta. A los tenderetes dispuestos aleatoriamente por el hall, los llaman tiendas. Y en el duty free, tres estantes baldados, sin luminosos ni carteles, venden, sin impuestos, galletas, agua y toda clase de mieles.


En Lalibella, previo consejo de Manuel, me quedo en el Seven Olives Hotel (entre 300-400 birrs, al cambio entre 14 y 18 €) que cuenta con el mejor restaurante de la ciudad y muy frecuentado por españoles. Formalizo el ingreso en el hotel y aturrullo al recepcionista con ciento una peticiones. Necesito hacer muchas cosas en poco tiempo.

Por orden, dejo la maleta, compruebo la habitación, ya por costumbre más que porque aquí se pueda hacer algo por arreglar algo (una frase muy extendida en el sector servicios de este país es “no puedo hacer nada” o “es imposible” y tan panchos), voy a pedir lo que falta, jabón, toalla, papel higiénico. Más tarde intento arreglar algo que me atormenta desde hace días: cómo volver a Addis (mi vuelo sale en dos días, el sábado por la noche para Sevilla vía Londres, justo lo que necesitaría, teniendo en cuenta que no este ninguna carretera cerrada, para llegar a la capital en bus).


Justo enfrente de mi hospedaje está la oficina de las aerolíneas nacionales. Ya comencé las gestiones ayer, en Axum, y por lo menos estoy en la lista de espera del vuelo Lalibella – Addis Abeba que a esta hora está lleno para mañana viernes y para el sábado. Con la misma cantinela y varios nombres apuntados en una hoja de papel, pido hablar con el encargado. Me atiende y me dice que me plante en el aeropuerto. Hay 50% de posibilidades de que pueda volar. A estas alturas no me creo nada, iré porque no tengo más remedio.

A contra reloj ahora me toca buscar un guía oficial para entrar en las iglesias de Lalibella (la entrada cuesta 350 birrs, válida para cuatro días consecutivos, y el precio del guía es negociable pero ronda en torno a los 300-500 birrs). Un pantalón azul de pinzas y una chaquetilla a juego esconde la ropa del día. Belaynew Mengesha no llega a los treinta. La historia de las iglesias se la sabe de memoria, no le hacen falta chuletas. Tan solo usa como recurso auxiliar el Nuevo Testamento. Es muy religioso y, a los datos históricos y culturales, añade apuntes bíblicos. Se las sabe todas y me previene que tenemos poco tiempo, que no nos dará a ver todo. Hay que intentarlo.




Lo mejor es empezar por el primer grupo o grupo noroeste. Aquí está la Iglesia de Bete Mehahrea Alem, la mayor del mundo esculpida en una sola roca; las ventanas también son de la misma roca, y los pilares, y los escalones, ¡absolutamente todo tallado en una misma roca! (a este tipo se les llama monolíticas, también están las semi-monolíticas y las construidas en cuevas). Bete Maryam también es un monolito perfecto; Bete Kiudas Mikael y Bete Golgotta es un mismo bloque pero son dos iglesias, etc. Así hasta diez templos que conforman el conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y se considera el principal lugar de peregrinación de los cristianos ortodoxos que un día mandó a construir el Rey Lalibella a los 24 años.




La iglesia número once, Bete Georgis, la más fotografiada de todas, también fue la última en ser esculpida, y se dedicó al patrón de Etiopía, San Jorge.


Tres horas, un día o una semana, siempre es poco para deleitarse ante tan sorpréndete arquitectura y, mucho más, comprender como las pudieron erigir. Me lo preguntaba a cada paso, pero ni tan siquiera expertos han podido dar con la tecla. Antes de despedirnos me regala Belaynew la cruz de Lalibella que lleva consigo. Me cuenta que se la regaló su madre hace años pero que soy un buen hombre y quiere regalármela. En ella están representados los doce apóstoles que me protegerán, me explica.




La cena, después de leer y escribir un rato, la atraso hasta la nueve. A mi izquierda, una voces hablan por encima de la media del volumen del comedor. No hay duda, son españoles. Me acerco a hablar con ellos y sus respuestas, en castellano, me hacen sentir cual niño el día en el que lo visita el Ratoncito Pérez. Llevo ocho días y pensando en inglés. La alegrías es mayúscula. Compartimos, a los postres, impresiones de nuestras distintas rutas por el país.




Luego llegarían dos amigos más que viajaban parte, Paco y Antonio. Con ellos me quedo un rato más. Han alquilado un coche. Me invitan a ir en 4 x 4 a tomar algo. Acepto, todavía no conozco la noche etiope. Parecida a muchos sitios pero no igual que en muchos sitios. Beben, bailan, cantan. Todo es humilde, la barra, las mesas, las casi invisibles luces, pero a la vez genuino, divertido. Con españoles de por medio, lógicamente, se convirtió en la noche que más horas le robé al sueño.




En Lalibella, a 25 de noviembre de 2010.

sábado, 1 de enero de 2011

Día 6: Relax en el antiguo imperio

A pesar de mis deseos, aún me quedaban dos horas de peripecias al volante y circunstancias varias para llegar a Axum. Esta ciudad, situada al norte del país, otrora capital de un vasto y glorioso imperio, se considera el origen de la actual Etiopía. Abarcaba desde las actuales tierras hasta Eritrea más Sudán y Yemen.


Según marca la tradición, la reconocida Reina de Saba, que hace más de 3.000 años gobernaba estas tierras, obtuvo de Dios sus favores para con sus ciudad después de que el hijo de Saba y Salomón, Menelik II, llevase el Arca de la Alianza de Jerusalén a Axum. Según la leyenda, como explica Denberu Mekonnen Siyoum en la única guía de Etiopía editada en español (Ed. Laertes), el Arca de la que se habla en el Antiguo Testamento se conservaría todavía en la ciudad, en la Catedral ortodoxa de Zion.

Todo este pedazo de la historia estaba a mis pies. Cansado de horas de impertinente viaje, insalubres platos de ducha, ligeros colchones y otros, decidí poner mis pasos rumbo al Yeha Hotel (de la cadena Ghion hoteles). Este establecimiento al que llegué en tuc-tuc, una especie de moto cubierta de lonas y con asientos para dos personas, se enmarca dentro de la categoría medios – altos. En él se alojan grupos de turistas ávidos de la burbuja necesaria para poder decir “he estado en África”, pero sin tocarla. También duerme algún viajero desahogado y otros que llegan despistados. Se alza sobre una colina desde la que se divisa el Parque de las estelas, con sus famosos obeliscos, la iglesia y los Baños de la Reina de Saba.

Todo era idílico, pero estando en este país, eso no podía ser así. Abrí el grifo para darme una ducha y tan solo corría agua fría por las maltrechas tuberías. La lucha, con l, por el líquido caliente, duró todo el santo día. Llegaba la gobernanta, probaba el grifo y se iba; el de mantenimiento, e ídem de lo mismo; más tarde el recepcionista, y así hasta desfilar por el camarote de los Hermanos Marx hasta siete personas diferentes. El final de la historia es bien sencillo, me duché con agua fría. No obstante, esto no fue óbice para gastar el resto de mi día relajado entre lectura, escritura y siesta.



Entremezclando una con otra, me tomé la tarde para visitar los cuatro puntos de interés de la ciudad: el Parque de las estelas (que tiene más de 300 losas, estelas y obeliscos de distintas épocas, la Iglesia de Santa María de Zion, los Baños de la Reina de Saba más las ruinas del palacio de la Reina y la tumba de Gebre Merkal.

Cumplido el protocolo cultural, en este caso más bien escaso pero sentimental, seguí leyendo a Kapuscinski mientras con el rabillo del ojo me deleitaba con los últimos rayos de sol difuminándose en el horizonte. Acto seguido, casi a oscuras ya, conocí a Georgios y Thomas, dos griegos, amantes de los viajes, que habían venido a Etiopía para visitar un proyecto asistencial para niños huérfanos con el que colaboraban.



Para continuar con la charla nos sentamos a la mesa. Pedimos sopa de espárragos y goulash (filete empanado) de cordero. De beber, St. Giorgis, la cerveza nacional. Hablamos de cosas en común, la cultura, la gastronomía, la gestión de nuestros políticos, la crisis, la pasión por el deporte y así hasta las tantas. Hablé lo suficiente; y escuché con atención los más de 65 años de experiencia que atesoraba cada uno de experiencias y vivencias. Nos despedimos hasta la próxima vez que nos veamos por el mundo.

En Axum, a 24 de noviembre de 2010.