sábado, 28 de noviembre de 2009

Día 1: Viaje al paraiso mediterráneo (2/2)

El Ramadán es el noveno mes del calendario musulmán (cambia cada año la fecha ya que se rige por el calendario lunar). Durante estos días los fieles deben abstenerse de comer, beber, tener relaciones sexuales y alejarse, en definitiva, de los placeres de la vida, desde el alba hasta la puesta del sol.

En estas teníamos que buscar nuestro alojamiento, Casa Paca (http://www.casapacamarruecos.com/). Antes de llegar, con el rumbo equivocado, dimos a parar al centro de la ciudad, conocida y reconocida por muchos españoles.



Al- Hoceima se levanta en el extremo occidental de la bahía del mismo nombre. La ciudad, cuna de Abd el Krim, el célebre caudillo que llevó a la revuelta a las tribus del Rif en contra del Protectorado español. También es conocido por el desembarco de las tropas españolas en 1925 bajo el mando del General Sanjurjo.

Vimos poco pero el tiempo apremiaba para llegar a la que iba a ser nuestra morada por unos días. Fue a las diez y pocos minutos, sin ningún haz de luz ya. Joaquín, un alicantino de padre marroquí y propietario del afamado en la zona Casa Paca, nos dio la bienvenida a su casa. Una casa de dos alturas con formas caprichosas, un pequeño huerto en su parte baja, cinco habitaciones coquetas y la joya de la corona, una terraza con vistas al mar, y al peñón de Alhucemas, territorio español todavía. Es decir, casi como en casa. El mismo rango e independencia que este gran pedrusco tienen la archiconocida Isla de Perejil, y el cercano peñon de Velez de la Gomera, todos ellos con una misma particularidad, la bandera española ondea a pesar de estar en territorio marroquí.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Día 1: Viaje al paraíso mediterráneo

El viernes, día santo de los musulmanes, aprovechando la hora del rezo, al filo de las tres de la tarde, partíamos rumbo a la frontera que separa física y políticamente dos países hermanos, España y Marruecos.


Los trámites aduaneros nunca son excesiva mente fáciles, y si a la normal se le suma llevar coche de alquiler, pasar a un país con distinto idioma, y toda la picaresca propia del lugar, la cosa se complica hasta la exageración desmesurada. Pero al final, rellenando los formularios, pasándonos por el médico aduanero que certificara desde la camilla donde reposaba tumbado que no teníamos nada con un simple vistazo, y mostrando “taitantas” veces el pasaporte y la carta verde para vehículos, conseguimos pasar.




Para ir a Al-Houceima o Alhucemas (castellano) primero, desde la frontera de Beni Enzar, se pasa por Nador, situada a 15 kilómetros al sur de Melilla, al borde del llamado Mar Chico. Más tarde, y tras pasar el caos circulatorio que supone atravesar casi cualquier pueblo marroquí, con peatones que pierden la noción europea del miedo y un ritmo febril en el asfalto totalmente antagónico a lo que ocurre con la habitual parsimonia marroquí, se debe coger la N-16 (no os vayáis a confundir cogiendo la carretera principal que también lleva a Alhucemas. Os daréis un paseo de tres horas y media por carreteras de media y alta montaña).



La otra carretera, la que alcanza la población de Alhucemas en algo menos de una hora y media, y que bordea la línea mediterránea de la costa, ya es un atractivo en sí mismo, cambiando las desagradables áreas de servicio europeas por chozas de pescadores con vistas inmejorables y, por supuesto, el inconfundible olor a sal.


Kilómetro a kilómetro alcanzamos nuestro destino poco antes de que anocheciera. Era el momento de la llamada al rezo (el almuédano es la persona que lo realiza desde lo alto del alminar, llamando a orar a los fieles a la mezquita). Las calles eran simples decorados, sin actores ni figurantes. Además de ser viernes, era Ramadán.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Nuevo artículo en www.espaciodigitalcádiz.com

En esta ocasión escribo sobre un viejo conocido, la comunicación. Espero que sea de su agrado. Como siempre en www.espaciodigitalcadiz.com Para más facilidad, aquí les dejo el enlace:ç

http://www.espaciodigitalcadiz.com/opinion/6392/

domingo, 1 de noviembre de 2009

Día 2: Tetúan, primer acercamiento a Marruecos



La mañana internacional comenzó con ajetreo en la frontera de España con Marruecos. La picaresca propia del sur, o la que marca la escasez, hacen del paso fronterizo toda una odisea, al menos en la mitad, lo que corresponde al país alhauita. Las gestiones para el servicio de paso rápido se cobran a 10 dirham. El paso normal se cobra a 100 monedas de paciencia. Los guardias marean a transeúntes de un lado para el otro, incluido el paso “teatrero” por el médico de guardia de la frontera. Un niño intenta saltar la valla. Con mucho teatro hacen el papel de malos frente al niño. Después lo dejan marchar. Los coches pasan ahora, los viandantes todavía no. Después de un buen rato lo conseguimos. Estamos, por fin en Marruecos.


No parece que sean escasos metros los que separan un lado de la verja del otro. El asfalto se cambia por arena. Los cómodos utilitarios por viejos taxis repletos de personas en su interior. Incluso el calor no es el mismo, aprieta que da gusto. Son las cosas de las fronteras. No hay otra manera de entenderlo. Ni mejor, ni peor, tan solo diferente. Pero, ¿en escasos 100 metros?



El viaje en taxi hasta Tetúan fue de lo más divertido. Con un calor asfixiante, nuestros huesos pegados al escay del sillón trasero del coche, y un señor muy agradable, pero muy “pesao”, haciendo de guía improvisado, llegamos a Tetúan. Nuestra única intención era ir a comer a un restaurante que nos habían recomendado, el Reducto, en la medina de la ciudad. La empresa nos costó varias horas, toda una gesta. Os cuento.



Jalim, un marroquí muy espabilado y más sabio por viejo que por diablo, atendió a nuestra pregunta, ¿por dónde está el Restaurante El Reducto?, con suma amabilidad. Tanta fue que nos acompañó aproximadamente una hora y media por la medina “buscando”, ¿buscando?, el famosos restaurante. Claro está, que debió entender mal alguna parte, y eso que su español era muy bueno, y antes del llegar al sitio pactado nos llevó a un telar, a una tienda de alpargatas, a una de especias, a una tetería, a un restaurante que el decía que era el nuestro, a ochenta mil calles más, después otra vuelta más, y por fin, a donde le dijimos. Claro que al final quiso cobrarnos como guía, y con razón, se había llevado medio día con nosotros. Pero este que está aquí es joven, e incluso español, pero no tonto. Y la compasión tampoco es lo mío.

El caso es que, después de conocer magníficamente la medina, llegamos por fin al restaurante, regentando, cosas de la vida, por una canaria. Harira, una sopa que toman siempre pero especialmente como primero en los días de Ramadán, un surtido de hojaldres, y una ración de pinchitos de cufta (carne), fue el manjar elegido.


A la vuelta nos esperaría otro taxi, otra aventura sobre ruedas y de nuevo el paso por la frontera. Se acabó rápido, solo un día, pero ya estoy deseando volver a Marruecos, y un poco más. Pero quiero hacerlo con amigos, con conocidos, vivir el país sintiéndome y haciéndome sentir un viajero, no un típico turista con cara de dólar. Tienen mucho más que ofrecer de lo que vi, o al menos, verlo de otra manera, desde otra perspectiva. Estoy seguro de ello, y por eso volveré sin pensármelo ni un segundo.