miércoles, 30 de septiembre de 2009

Día 7: De vuelta a la sartén (Carlos Yagüe)


Iniciamos nuestro retorno a España despidiéndonos de nuestro fiel compañero de viaje, el Opel Corsa, al que dejamos con unos 1.800 kilómetros más en su haber, no sin antes hacernos unas nostálgicas fotografías con él.




Aprovechamos la escala en Frankfurt, para deleitarnos con una pizza. Posteriormente, sufrimos el registro, especialmente José Pablo, de los metódicos germanos, que nos ‘birlaron’ un peligroso batido que queríamos introducir en el avión.



Llegada a Sevilla y ‘bofetón’ de calor, que nos sirve para poner los pies en la tierra y dar carpetazo final a nuestro viaje por los países bálticos, rememorada en estas líneas, presente en cientos de fotografías y siempre viva en nuestra memoria.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Día 6: Saldando cuentas con Riga (Carlos Yagüe)


Dejamos Vilnius más temprano de lo que nos hubiese gustado, aunque no teníamos otra si queríamos darle otra oportunidad a Riga, de la que se nos quedó un mal sabor de boca por no haberla podido visitar en condiciones el lunes.




Antes de llegar a la capital letona, hicimos una parada para visitar el castillo de Trakkai, situado en una isla y rodeado por un lago, en el que las barcas atestadas de turistas hacen negocio.
Sobre las 18:00 horas llegamos a Riga y sin perder tiempo iniciamos una pequeña ruta por los puntos céntricos de más interés de la capital letona. Nos sorprendió la celebración del Día de la Independencia, debido a la cual habían colocado un escenario de grandes dimensiones y un gran número de pequeños comercios, para darle servicio a la multitud que allí se concentraba. En el escenario, una nueva referencia latina, música salsa.



Con una mayúscula paliza en el cuerpo, decidimos dejar para otra ocasión la Riga de noche y nos acostamos temprano para iniciar el retorno con fuerza.

martes, 22 de septiembre de 2009

Día 5: Vilnius a fondo (Carlos Yagüe)

El quinto día de viaje fue el único en el que estuvimos en un solo país, Lituania, ya que lo dedicamos a conocer Vilnius en profundidad. Una larga caminata por la capital lituana nos mostró una ciudad de contrastes, en la que pudimos encontrar numerosos templos religiosos, junto a modernos edificios. El soleado día invitó a los lituanos a salir a la calle, empleando el margen del río a modo de playa, aprovechando el buen acondicionamiento de esta zona, en la que los espacios lúdicos, bien para hacer deporte, o para tomar algo eran perfectos.


No podíamos dejar de visitar el barrio de Uzupis, conocido por gozar de una Constitución propia, colocada en una pared en ocho idiomas diferentes, lenguas entre las que no se encontraba el español. Los artículos que aparecen en esta Constitución eran más bien simbólicos, y nos dejaron ver, casi por primera vez, el humor báltico.


Agosto debe ser una un mes idóneo para las bodas en Lituania, ya que por toda la ciudad nos encontramos parejas de recién casados inmortalizando el momento junto con una pequeña comitiva de seis personas, incluso durante una visita a un templo, de forma repentina nos dimos cuenta de que estaba a punto de comenzar una ceremonia que enlazaría a una pareja. El acto parecía de lo más simple y carente de la parafernalia a la que estamos acostumbrados en España.



La plaza en la que se encuentra el Ayuntamiento nos recibió con un mercado medieval de lo más conseguido, con actuación musical en directo incluida. A continuación, decidimos almorzar en un sitio típico de Lituania, el Cilis Kaimas. Este lugar sería el equivalente en Andalucía a una Espumosa. Degustamos comida del lugar, con una fuerte presencia de patata. El precio fue sorprendentemente barato, puesto que al cambio pagamos unos seis euros cada uno y nos pusimos finos.


La vuelta al hotel la hicimos por la avenida Gedimini, quizás la más importante de la ciudad. Allí nos encontramos con que a partir de las 19:00 horas no podían circular vehículos, circunstancia que aprovecharon los jóvenes inquietos lituanos para obsequiarnos con una ‘bohemiada’ de primera. Tranquilamente, se sentaron en el suelo y empezaron a leer, mientras que varios fotógrafos capturaban el instante.



Una cena en el restaurante del hotel fue solo el principio de una gran noche, en la que tras desechar acudir a la exótica Pacha Vilnius, entramos en Prospekto, un local que no estaba en su mejor noche, pues tiene fama de ser un sitio de encuentro para los estudiantes Erasmus. El sol de la mañana nos sorprendió en el camino de vuelta al hotel.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Día 4: La Suiza letona, Kaunas y la meca, Vilnius (José Pablo García)

La noche anterior, como os comenté, nos acogieron en el Hotel Livkalns. Cuando amaneció, pudimos comprobar lo afortunados que habíamos sido consiguiendo habitación (aunque fuera una buhardilla con unas escaleras para acceder más propias de submarino que de un hotel). La recepción del hotel, regentada por una agradable letona, daba paso a un camino empedrado, ya en el exterior, que conducía a un lago completamente rodeado por una zona boscosa que componía parte del Parque Nacional de Gauja. Naturaleza en estado puro que ofrecía una buena sintonía y energía para todo el día.

Con las pilas bien cargadas, visitamos el pueblo de Sigulda, en el que debido a la cantidad de árboles que hay, las casas parecen haber desaparecido cuando transitas por sus calles. También visitamos el cercano castillo de Krimulda, en la vecina localidad de Turaida.


Después de esto, y una vez decidido en cónclave viajero en el Opel Corsa, elegimos desviarnos antes de llegara a Kaunas, nuestro próximo destino ya en Lituania, para ir al Palacio de Rundale, uno de los monumentos más visitados de Letonia, aunque no sea gran cosa. Según cuentan, el edificio es una excelente muestra del barroco construido entre 1736 y 1740. Nosotros, además de verlo, aprovechamos para coger unas ricas manzanas, base de nuestra futura alimentación en los Bálticos.



A las siete de la tarde de uno de los días más intensos del viaje, llegamos a la ciudad más lituana de todas, Kaunas (80 por ciento de la población es lituana, cuando en otras existen un gran número de rusos y otras nacionalidades). Ya estábamos en Lituania. La primera impresión de esta ciudad fue su paz intrínseca pero un ambiente de lo más agradable. Dentro de éste, vimos terrazas llenas, gente charlando junto a su río y la enésima despedida de soltera, que creo que éstas y las bodas están de rigurosa moda hasta unos límites exagerados.
Y por la noche, por fin pusimos pie en la meca de nuestro viaje, la razón primera de este viaje, Vilnius. Lo que nació de una tarde de piscina era más verdad que nunca, estábamos en la capital de Lituania.


Con mejores indicaciones que en Riga, también, llegamos al que era nuestro hotel, el que habíamos reservado, el Europolis (bueno, bonito y barato), pero el overbooking hizo que nos tuvieran que cambiar a otro de similares o mejores características, el Crown Plaza Vilnius, un cinco estrellas, y uno de los mejores establecimientos hoteleros de la capital. Planta 11, vistas panorámicas y un subidón propio de la situación. Había que celebrarlo, y para ello fuimos a la elitista discoteca Pub Latino. Como en las películas, por allí andaban los magnates resoplando una mezcla de olor a tristeza, soledad y vodka, las putas fingiendo sonrisas y las drogas yendo y viniendo en una particular autopista con unos peajes muy altos que algunos prefieren pagar. Nosotros, a nuestro rollo bailamos los temas de la noche: la lambada, Los Manolos, la rumba de María Dolores y otros clásicos. Como en casa.

En Vilnius, a 20 de agosto de 2009

lunes, 14 de septiembre de 2009

Día 4: La suerte del viajero (Carlos Yagüe)



Nuestra sorpresa fue mayúscula al descubrir por la mañana que nos encontrábamos en mitad de un paraíso natural. Junto al Livkalns hay un lago y un entorno natural de gran colorido del que disfrutamos a primera hora del día.


Un rápido vistazo por el Parque Nacional de Gaujas precedió a nuestro retorno a la carretera con dirección a Lituania. Antes de llegar al más sureño de los tres países bálticos que visitamos, nos dimos una rápida vuelta por el castillo Rundale, espacio monumental en el que nos aprovisionamos de manzanas en los árboles colindantes.



La frontera lituana no nos dejó una grata impresión. Carretera en obras que nos dieron la sensación de haber recibido como agua de mayo las ventajas, en forma de subvención, de pertenecer a la Unión Europea. En las vías bálticas llaman la atención el alto porcentaje de camiones y vehículos pesados en comparación con el escaso número de turismos que se observan. La única explicación que encontramos para este fenómeno es que en estos países hay mucha menos gente que viaja por placer que en España, por ejemplo.



Nuestra idea de Lituania se endulzó cuando llegamos a Kaunas. El ambiente en esta, la segunda ciudad más relevante del país, era agradable, con las terrazas de la zona céntrica llenas y no sólo de visitantes, sino también de lituanos, que disfrutaban de su tiempo de ocio. La noche asomaba y con tristeza por el escaso tiempo que pasamos en Kaunas, partimos hacia Vilnius, capital lituana, de la que nos separaban unos 100 kilómetros. Vilnius nos recibió con grandes edificios iluminados y con una gran incógnita: ¿dónde está nuestro hotel?


Teniendo en cuanta la hora, más de las 11 de la noche, hicimos primar nuestras ganas por instalarnos sobre el dinero, y de nuevo, al igual que en Riga, le pagamos a un taxista para que nos guiara. La suerte del viajero se alió con nosotros. A la llegada al hotel Europolis, el que teníamos concertado, nos comunicaron que nos habían buscado otro alojamiento por haber llenado ya todas las habitaciones, enviándonos al Crowne Plaza, de cinco estrellas.




Ahí estaban dos tíos ‘tiesos’ como nosotros en su habitación de cinco estrellas en mitad de una euforia que nos empujó a conocer antes la Vilnius de noche, que la de día. Aconsejados por el recepcionista nos dirigimos al Pub Latino, con nuestro taxi en la puerta, como los señores. Allí nos encontramos un ambiente muy peculiar. Mujeres despampanantes junto a tipos con pinta de mafiosos rusos. Olía ligeramente a prostitución.



Peculiar, sin duda, es estar en Lituania y que empiecen a sonar ‘Los Manolos’, y observar atónito cómo siempre te has creído bastante torpe bailando y si te pusieras serías el rey de la pista al lado de los movimientos imposibles de los lituanos. Para decirle adiós al jueves, volvimos a ejercer de ‘guiris’ y nos tangaron en el taxi cobrándonos casi el doble de lo que pagamos en el camino de ida. Al pedirle explicaciones al ‘chauffeaur’, casualmente no tenía ni idea de inglés.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Día 3: El día de la secta (José Pablo García)

La mañana amaneció clara y despejada. ¡Buena noticia! Pusimos rumbo a Tartu, la ciudad universitaria por antonomasia de Estonia, que goza de un gran ambiente y un bonito conjunto monumental de los siglos XVII y XVIII, pero sin duda, lo que más impresiona de la ciudad, son sus bosques, no parques, sino bosques, con sus juegos infantiles y todo.



Otro detalle de este clásico pero a la vez vanguardista pueblo que no debería perderse el visitante es su coqueta plaza del Ayuntamiento engalanada con la Fuente de los estudiantes que se besan (instalada en 1998) y su universidad. Después de la visita seguramente se plantean ser Erasmus o profesor durante una temporada por estas tierras.


Después de Tartu, tocaba alejarse del turismo, y casi de la civilización y fuimos a ver el Lago Peipsi y los pueblos que acampan en su orilla. Este lago, de 47.800 kilómetros cuadrados (143 de largo y 48 de ancho) separa los países de estonia y Rusia. En la orilla de la parte estonia, una zona muy interesante para los que busquen algo distinto, habita una comunidad rusa que mantiene su idioma y costumbres.



Entre los siglos XVIII y XIX, una secta de la iglesia ortodoxa rusa, los Viejos Creyentes, se estableció en esta área al ser perseguidos por no aceptar las reformas litúrgicas del patriarca Niken (1.666). De ahí que casi todos los pueblos de la comunidad, tienen unas características propias. Por ejemplo, las casas se suceden en una sola fila y todas tienen un icono en su interior. En nuestra escapada, estuvimos visitante Raja y Mustvee, dos de estos pueblecitos con encanto. El camino de vuelta, ahora de Estonia a Letonia siguió siendo muy entretenido por el paisaje.



Llegamos ya de noche a Sigulda, pueblo conocido como la Suiza letona. Lógicamente, todo a oscuras, no pudimos comprobarlo, y fuimos prestos en busca de un hotel. Por suerte, nos encontramos un paraíso, el Hotel Livkalns. Mañana, después de dormir, os cuento más.


En Sigulda (Letonia) a 19 de agosto.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Día 3: Los buenos días en Tallin y las buenas noches cualquiera sabe (Carlos Yagüe)

En mitad de un día espléndido, iniciamos nuestra ruta sin saber exactamente dónde pasaríamos la noche. El objetivo era acercarse a Lituania e ir viendo ciudades por el camino.




Tartu fue la primera parada. Esta es la segunda urbe más importante de Estonia, con mucho ambiente universitario del que fuimos ajenos debido a la época estival en la que hemos realizado nuestro viaje. La coqueta Tartu tiene sus puntos de interés en su zona céntrica, además todos bastante cerca, con lo que en algo menos de dos horas volvimos a nuestro confortable Corsa para retomar la ruta.



La segunda parada fueron los pueblos de Raja y Muntvee. El empeño de José Pablo nos condujo a estas reducidas poblaciones, retiros vacacionales ideales para los que quieran huir del stress. Pocos habitantes y muchas iglesias, incluso de diferentes religiones. Hace dos siglos se asentó en estas poblaciones la secta de los Viejos Creyentes, de los que no queda ni rastro hoy día. Esta visita nos permitió mojarnos los dedos en el lago Pepsi, del que una gran parte ya pertenece a Rusia. Las dimensiones de este lago (unos 150 kilómetros de largo y unos 50 de ancho en sus partes más superlativas) le permiten albergar 29 islas, de las cuales seis están habitadas.


Ya en mitad de la noche seguíamos sin tener alojamiento en el que pasar la noche, aunque sí que sabíamos cual sería nuestro destino: Sigulda (Letonia) una pequeña población situado en el Parque Nacional de Gaujas, que recibe este nombre por el río que lo atraviesa. Nuestra llegada a Sigulda se produjo tras atravesar un camino que parecía inexplorado, en mitad del bosque, y del que daba la impresión de en cualquier momento nos podía sorprender un oso.


Finalmente, encontramos en el Livkalns nuestro hogar por unas horas. Este era un acogedor complejo de madero en el que tras una rápida negociación con la amable recepcionista encontramos un buen sitio en el que descansar, y además a un buen precio.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Día 2: Ciudad de Tallin, nos comemos un oso (José Pablo García)


Antes de llegar al momento de saborear tan suculento manjar, os narraré, para hacer por orden, nuestra llegada a Estonia, y su capital, Tallin. El viaje de un país a otro, estuvo marcado por el mal tiempo y la lluvia. Las carreteras, casi todas de una vía de doble sentido pero en buenas condiciones, no empeoraron la situación afortunadamente. Los paisajes a un lado y al otro de la calzada, eran una repetición desmesurada de verde con verde, arcenes de hierbas finas, árboles bien copados de ramas…
Al filo de las cuatro de la tarde llegamos a Tallin sin ningún problema; aquí las señales si existen. Aparcamos, previo pago de cinco euros por una hora (los precios para estacionar los vehículos en el centro histórico de las capitales Bálticas son muy caros para restringir al máximo el aparcamiento en esas zonas). Después fuimos a nuestro hostal, el Old House, en la calle Uss, en pleno corazón medieval de la vieja ciudad de Tallin. Precisamente el emplazamiento es lo mejor de este austero albergue que no aporta mucho más que una cama y ducha en el pasillo.


Más tarde, ya con un increíble sol comenzaba la visita. El ambiente medieval que realmente existió en esta ciudad, y que salvando las distancias aun perdura, se mantiene gracias a la excesiva pasión de todos los agentes turísticos por vender esta ciudad única y exclusivamente de esta manera. Independientemente del estilo, Tallin, o mejor dicho la ciudad antigua, tiene una magia que hace evocar al visitante a épocas pasadas. Edificios reconstruidos, la limpieza de sus calles, y la tranquilidad que se respira, hacen idílica esta parte de la capital estonia.



De la visita, que en tres o cuatro horas puede estar resuelta, yo destacaría la plaza del Ayuntamiento, alegre y vital, con la farmacia más antigua del mundo (siglo XV) en una de sus esquinas, sus torres y murallas medievales, y la catedral rusa Alejandro Nevsky. En esta última, pudimos ver la celebración de una eucaristía ortodoxa, una religión desconocida en nuestro país, por desgracia, como tantas en España debido a la falta de educación religiosa en general en las escuelas.




Para el final dejamos la visita a la parte moderna desde el casco antiguo, y por la noche, el plato fuerte del día, una ración de oso para la cena. Sí, sí, como escuchan. Fue en el Restaurante Old Hansa, en una plaza de la ciudad antigua (no tiene perdida), un lugar que transporta al comensal, a base de coronas estonias (no es carísimo, pero cobran por todo a un precio de restaurante europeo, es decir, unos 20 o 30 euros por persona) a la época medieval a través de la única luz que dan las velas, el menaje en barro y los detalles, hasta el más mínimo, incluyendo el atuendo de los camareros. Todo era del Medievo, al menos del que nos ha llegado.




La carta era completa, pero el oso, un animal “habitual” en el país, fue lo más exótico y diferente del menú, y por eso lo pedimos. Oso, pollo con salsa, una exquisita sopa de champiñones y un par de cervezas con miel y canela. Respecto al gran protagonista, les diré que a pesar de las grandes expectativas y el gran precio (44 euros), no fue nada espectacular; una carne más prieta, fibrosa y oscura, pero con sabor a ternera, un poco más fuerte quizá. Por lo menos, ya sé a que sabe. El postre fue un plácido sueño. El oso pudo con nosotros.

En Tallin a 18 de agosto de 2009

viernes, 4 de septiembre de 2009

Día 2: El oso y el agua de manantial en Tallin (Carlos Yagüe)


La salida de Riga no fue más fácil que la llegada, ya que la deficiente señalización de la capital letona nos hizo dar unas 500.000 vueltas para encontrar la avenida Brivibas, que nos debía poner en la dirección correcta para ir a Tallin, nuestro primer destino en Estonia.

Cuando nos logramos situar en el buen camino iniciamos un lluvioso viaje hacia Estonia, con la pertinente parada en la frontera para retratar el momento. El gobierno estonio mantiene una férrea política de mantener el centro de la ciudad libre de vehículos, de la que sufrimos las consecuencias pagando cinco euros por una hora de parking.


Una vuelta por el casco antiguo de Tallin nos mostró que esta es una capital en la que se ha sabido explotar a la perfección turísticamente el origen medieval de la urbe. El contraste entre las tiendas y restaurantes decorados para hacernos recordar a lo que se supone que era el medievo, contrasta con los altos y modernos edificios que se encontraban a tan solo unos metros.
Disfrutamos de una suculenta cena en el ‘Olde Hansa’, posiblemente el restaurante más representativo de esta vorágine medieval. Allí ejercimos de ‘guiris’ en Estonia. José Pablo se dejó llevar por su afán por probar cosas nuevas, que sólo Dios sabe donde le llevará, y pidió un plato de oso, que al cambio salía por unos 44 euros. La broma final fue que nos cobraron dos vasos de agua, vasos, sin botella, a más de euro y medio cada uno.
El cansancio no nos permitió rematar el día con la vueltecita de rigor y el sueño nos atrapó hasta el día siguiente en nuestra modesta habitación.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Día 1: Señales, ¿eso qué es? (José Pablo García)

Aterrizamos en suelo letón pocos minutos antes de las ocho, una hora menos en España. Una recogida sala de equipajes, un escueto bar y algunos pasillos de corto recorrido; también había en la zona de Salidas alguna oficina de alquiler de coches. Una de ellos, la única que permanecía abierta, nos ofreció nuestro método de transporte durante nuestros siete días en las Repúblicas Bálticas, un Opel Corsa azul matrícula HC 1979. A partir de entonces, todo se complicó.


Los gobernantes de la capital de Letonia tienen la fea costumbre de no señalizar sus calles, y muchos de sus habitantes, al menos los que puebla la fauna nocturna de la ciudad, de no saber donde están las cosas. De lo primero, y para hacer honor a la verdad, las señales de dirección obligatoria sí que las colocan con las flechas que guían al conductor en la jungla en la que se convierte mezclar en una misma carretera coches, tranvías, autobuses, trolebuses y bicicletas. Pero lo típico de “Hotel Juanito”, a 200 metros o Centro Ciudad, a 1 kilómetro a la derecha (con su correspondiente flecha indicadora), aquí no existe, o por lo menos, nosotros no lo hemos visto. Y lo de preguntar, podríamos definirlo de caótico. Los más, no tenían mucha idea de inglés, otros se asustaban al escuchar el idioma anglosajón y salían corriendo y otra gran mayoría (comprobado en al menos diez individuos) parecía entender pero o no sabían o no contestaban. Y así nos llevamos una hora y medía dando vueltas para encontrar nuestros hostal, el Riga backpacker, en pleno corazón de Riga.


Era tarde y fuimos a buscar algo para comer. Lo encontramos, lógicamente después de dar muchas vueltas. Era el Alus Arsenal (Cervecería Arsenal), un acogedor restaurante con un salón abovedado decorado con gusto y un toque medieval. Con una carta del lugar y una variedad de cervezas largas, fue una buena elección. Carlos y yo nos comimos un metro de salchicha con varias salsas, que terminamos de digerir cuando la caía la tarde del día siguiente, y varios tipos de cerveza, la mejor la de la casa, riquisa y para no olvidar.


Para bajar tan popular como grandiosa comida, nos fuimos a una de las plazas principales de Riga a tomar otra cervecita, Zelta, una de las más demandas. Lo más peculiar de la terraza era las mantas que ofrecían a los clientes para no pasar fresquito en la noche letona. Nosotros aceptamos el ofrecimiento, y nos reímos un rato.

En Riga a 17 de agosto de 2009

martes, 1 de septiembre de 2009

Día 0: Arranca la aventura Báltica (José Pablo García)

Los preparativos cuando se viaja con Ryanair se hacen más arduos que con cualquier otra compañía. La última de la aerolínea irlandesa es que solo permiten una maleta de mano, y punto y final; nada de bolsos, bolsas o mochilas, excepto, claro, los productos adquiridos en el Duty Free (digo claro con la resignación de ver que una vez más lo que impera es el puro mercantilismo muy por delante por la seguridad o las apariencias de buscarla). Pero bueno, primero nos llevaron a Liverpool (Inglaterra) (con una mini visita a los alrededores del aeropuerto internacional John Lennon, y después a Riga de forma puntual, correcta y efectiva.


Como siempre digo, los viajes comienzan antes de que comiencen. Los preparativos, las lecturas, los sueños, imaginaciones y suposiciones darán paso a la realidad, bonita muchas veces, diferente otras tantas, y menos maravillosa las veces restantes. Como dijo Maurice Maeterlinck, los mejor de los viajes es lo de antes y lo de después. Esta aventura la compartiré con Carlos Yagüe. Desde 2002 compañero de clase en la Universidad de Sevilla, y desde poco tiempo después, gran amigo. Periodista, como yo, trabaja actualmente en el periódico deportivo Estadio Deportivo, pero igual vale para un roto que un descosió. Uno de los miembros de LADZ (Los amigos de Zapata, grupo que instauramos en los tiempos de Facultad), se convertirá en el único valiente después de que los amigos Nacho y Edu se echaran atrás por diferentes motivos. Lo conozco tan bien que se que estos días serán un éxito, y si no, por lo menos nos reiremos.


En Riga, a 17 de agosto de 2009