El día a día transita en los mercados. Es hora de hacer mi primera compra en Santiago y para elegir, que mejor que conocer primero. La principal plaza de abastos de la capital es el Mercado central que bajo un imperfecto amasijo de hierros cobija buenos géneros desde 1872. Además del pescado, la carne, fruta y verduras, hoy en día son muy reconocidos sus pequeños bares para degustar algunos de los manjares que da esta tierra, sobre todos los que provienen del mar: congrio -especie de merluza pero más sabrosa-, salmón, corvina, etc.). Capítulo aparte merece el marisco: macha, loco, camarones, ostras, lapas... Un sin fin de pequeños animalitos, que a pesar de lo que pudiera parecer, no son especialmente del gusto de los chilenos; y a los datos me agarro. Chile es uno de los países con menos consumo de pescados y mariscos del mundo a pesar de sus más de 4.000 kilómetros de costa. Donde se ponga un buen asado...
El Central es el principal, pero no el único (a ambos se llegan desde el metro Puente Cal y Canto). Caminando por unos rincones menos europeos, con más baches en las calles y menos lujo en las vestimenta de los mercaderes, se llega a La Vega, sitio auténtico donde los haya. La mezcla de olores de los puestos de especias y cereales más el colorido de las frutas y verduras que adornan los puestos hacen las delicias de los menos delicados a rincones no aptos para turistas. Allí compré una piña de las que saben, palta (aguacate, uno de los ingredientes básico en la cocina chilena) sabrosa y varios tomates que nada tienen que ver con los de las grandes superficies. Después llegó esto, para los productos de limpieza y las conservas, etc, pero de eso ya no les cuento mucho porque es más de lo mismo.
Antes, que lo olvidé, probé uno de los aperitivos preferidos en este país, la empanada de pino. Nada hay del árbol entre la masa de harina sino más bien carne picada con cebolla condimentada con comino y ajo. A mi se me gana por la comida y, por ahora, lo probado ha sido disfrutado. Seguiremos informando...
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