lunes, 7 de septiembre de 2009

Día 2: Ciudad de Tallin, nos comemos un oso (José Pablo García)


Antes de llegar al momento de saborear tan suculento manjar, os narraré, para hacer por orden, nuestra llegada a Estonia, y su capital, Tallin. El viaje de un país a otro, estuvo marcado por el mal tiempo y la lluvia. Las carreteras, casi todas de una vía de doble sentido pero en buenas condiciones, no empeoraron la situación afortunadamente. Los paisajes a un lado y al otro de la calzada, eran una repetición desmesurada de verde con verde, arcenes de hierbas finas, árboles bien copados de ramas…
Al filo de las cuatro de la tarde llegamos a Tallin sin ningún problema; aquí las señales si existen. Aparcamos, previo pago de cinco euros por una hora (los precios para estacionar los vehículos en el centro histórico de las capitales Bálticas son muy caros para restringir al máximo el aparcamiento en esas zonas). Después fuimos a nuestro hostal, el Old House, en la calle Uss, en pleno corazón medieval de la vieja ciudad de Tallin. Precisamente el emplazamiento es lo mejor de este austero albergue que no aporta mucho más que una cama y ducha en el pasillo.


Más tarde, ya con un increíble sol comenzaba la visita. El ambiente medieval que realmente existió en esta ciudad, y que salvando las distancias aun perdura, se mantiene gracias a la excesiva pasión de todos los agentes turísticos por vender esta ciudad única y exclusivamente de esta manera. Independientemente del estilo, Tallin, o mejor dicho la ciudad antigua, tiene una magia que hace evocar al visitante a épocas pasadas. Edificios reconstruidos, la limpieza de sus calles, y la tranquilidad que se respira, hacen idílica esta parte de la capital estonia.



De la visita, que en tres o cuatro horas puede estar resuelta, yo destacaría la plaza del Ayuntamiento, alegre y vital, con la farmacia más antigua del mundo (siglo XV) en una de sus esquinas, sus torres y murallas medievales, y la catedral rusa Alejandro Nevsky. En esta última, pudimos ver la celebración de una eucaristía ortodoxa, una religión desconocida en nuestro país, por desgracia, como tantas en España debido a la falta de educación religiosa en general en las escuelas.




Para el final dejamos la visita a la parte moderna desde el casco antiguo, y por la noche, el plato fuerte del día, una ración de oso para la cena. Sí, sí, como escuchan. Fue en el Restaurante Old Hansa, en una plaza de la ciudad antigua (no tiene perdida), un lugar que transporta al comensal, a base de coronas estonias (no es carísimo, pero cobran por todo a un precio de restaurante europeo, es decir, unos 20 o 30 euros por persona) a la época medieval a través de la única luz que dan las velas, el menaje en barro y los detalles, hasta el más mínimo, incluyendo el atuendo de los camareros. Todo era del Medievo, al menos del que nos ha llegado.




La carta era completa, pero el oso, un animal “habitual” en el país, fue lo más exótico y diferente del menú, y por eso lo pedimos. Oso, pollo con salsa, una exquisita sopa de champiñones y un par de cervezas con miel y canela. Respecto al gran protagonista, les diré que a pesar de las grandes expectativas y el gran precio (44 euros), no fue nada espectacular; una carne más prieta, fibrosa y oscura, pero con sabor a ternera, un poco más fuerte quizá. Por lo menos, ya sé a que sabe. El postre fue un plácido sueño. El oso pudo con nosotros.

En Tallin a 18 de agosto de 2009

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