miércoles, 2 de septiembre de 2009

Día 1: Señales, ¿eso qué es? (José Pablo García)

Aterrizamos en suelo letón pocos minutos antes de las ocho, una hora menos en España. Una recogida sala de equipajes, un escueto bar y algunos pasillos de corto recorrido; también había en la zona de Salidas alguna oficina de alquiler de coches. Una de ellos, la única que permanecía abierta, nos ofreció nuestro método de transporte durante nuestros siete días en las Repúblicas Bálticas, un Opel Corsa azul matrícula HC 1979. A partir de entonces, todo se complicó.


Los gobernantes de la capital de Letonia tienen la fea costumbre de no señalizar sus calles, y muchos de sus habitantes, al menos los que puebla la fauna nocturna de la ciudad, de no saber donde están las cosas. De lo primero, y para hacer honor a la verdad, las señales de dirección obligatoria sí que las colocan con las flechas que guían al conductor en la jungla en la que se convierte mezclar en una misma carretera coches, tranvías, autobuses, trolebuses y bicicletas. Pero lo típico de “Hotel Juanito”, a 200 metros o Centro Ciudad, a 1 kilómetro a la derecha (con su correspondiente flecha indicadora), aquí no existe, o por lo menos, nosotros no lo hemos visto. Y lo de preguntar, podríamos definirlo de caótico. Los más, no tenían mucha idea de inglés, otros se asustaban al escuchar el idioma anglosajón y salían corriendo y otra gran mayoría (comprobado en al menos diez individuos) parecía entender pero o no sabían o no contestaban. Y así nos llevamos una hora y medía dando vueltas para encontrar nuestros hostal, el Riga backpacker, en pleno corazón de Riga.


Era tarde y fuimos a buscar algo para comer. Lo encontramos, lógicamente después de dar muchas vueltas. Era el Alus Arsenal (Cervecería Arsenal), un acogedor restaurante con un salón abovedado decorado con gusto y un toque medieval. Con una carta del lugar y una variedad de cervezas largas, fue una buena elección. Carlos y yo nos comimos un metro de salchicha con varias salsas, que terminamos de digerir cuando la caía la tarde del día siguiente, y varios tipos de cerveza, la mejor la de la casa, riquisa y para no olvidar.


Para bajar tan popular como grandiosa comida, nos fuimos a una de las plazas principales de Riga a tomar otra cervecita, Zelta, una de las más demandas. Lo más peculiar de la terraza era las mantas que ofrecían a los clientes para no pasar fresquito en la noche letona. Nosotros aceptamos el ofrecimiento, y nos reímos un rato.

En Riga a 17 de agosto de 2009

2 comentarios:

I'm a doctor dijo...

Dios, me has abierto el apetito a las 11.52 de la mañana!!! qué rico!

JOSÉ PABLO GARCÍA dijo...

Jaja, pues tienes que estar atenta, que más adelante del viaje, en Estonia, nos comimos una ración de oso,jeje.

Además, creo que los médicos, con eso de las guardias, teneis siempre el horario cambiado, no?