domingo, 19 de diciembre de 2010

Día 3. El Nilo empieza en Etiopía



Mi hotel está a orillas del Lago Tana, el más grande del país. Sus aguas, que forman un corazón humano, acogen a todo tipo de peces, hipopótamos, cocodrilos e incluso pueden verse hienas y leopardos en su orilla.

A solo un paso de la habitación, amplía y luminosa a la vez que discreta y con dos anti mosquitos, una mosquitera y una salamandra que me ha acompañado durante la velada nocturna, están los barcos con los que había que atravesar la lámina de agua. Antes de tomar uno, he tomado para desayunar una tortilla especial (es decir, picante, aunque yo no lo sabía. Siempre es mejor pedir las cosas sin picante) y un sabroso zumo de guayaba, elección de, entre otros, piña, papaya o aguacate.


El Lago Tana está salpicado por cerca de 40 islas. A una de ellas, al península de Zeghe, nos dirigíamos para ver uno de los monasterios que pueblan este trozo de tierra rodeados de mar. Para llegar a ellos se puede usar una embarcación de motor (aproximadamente 150 birrs/pax, es decir, sobre 7 euros), utilizar el transbordador (solo viaja dos días en semana) o navegar en un tankwa. Este último, personalmente, es el que más me fascina. Estas canoas están hechas de papiro y cuerdas y se usan desde hace siglos ayudándose de un remo. Su vida útil es de no más de un mes, aunque parezca sorprendente por los materiales de los que están hechas. Me hechiza verlos por el lago y me recuerdan a los barquitos de totóra que usan los Uros en Chile.



Para llegar al monasterio más emblemático del lago, Ura Kidane Mihret, previamente hay que pagar el peaje turístico correspondiente. Esto se traduce en una visita a un monasterio menor, Debre Maryam (la visita a cada iglesia es voluntaria y cuesta 50 birrs más las propinas a los guías) y el paso obligado por tiendas de recuerdos montadas en medio de los vastos caminos de arena.



No hago ni lo uno ni lo otro, y aprovecho el tiempo para charlar con algunos jóvenes de la isla. Me enseñan los cafetales y probamos algunos de los frutos sin madurar aún; también aprovechan para contarme que la vida en la península es entretenida, pero nada fácil; por ponerme un ejemplo, para llegar a la escuela, los chavales necesitan una hora caminando; los que van al instituto tienen menos suerte, ¡tres hora los separa! Tras la charla, dos de los pequeños me acompañan hasta el monasterio principal. Visten como pueden una suerte de harapos roídos por el paso del tiempo. Su conversación torna pronto en el fútbol. Conocen a todos: Xavi, Iniesta, Puyol, Casillas, Torres…



Escondido entre un tupido bosque tropical, aparece el monasterio de Ura Kidane Mihret. Construido en el siglo XIV y reconstruido dos siglos después, su estilo arquitectónico es un claro ejemplo de las construcciones de la iglesia ortodoxa etiope: una plataforma circular con paredes de argamasa de barro y techo de paja con forma de cono. Entrar en ella (siempre descalzos, como en el resto de templos del país) es regresar en el tiempo al pasado, transportarse a la parte más espiritual del país.



Junto al templo, todos los monjes descansan y beben en una habitación. Al fondo de una sala oscura, lúgubre, reposan sentados, en duermevela, los monjes. Es la hora del almuerzo y varios jóvenes preparan injera y tela, una cerveza artesanal. Me ofrecen y, lógicamente, pese a las recomendaciones de los médicos en estos casos (la cerveza está elaborada con agua del grifo y no demasiadas garantías higiénico sanitarias), acepto encantado. Sabe a cereal y la rudimentaria molienda hace que en el paladar se sientan los restos del maíz y la cebada.



Nada más regresar, se nos presenta a Björk y a mí la posibilidad de ir a ver las cataratas del Nilo Azul. No nos los pensamos ni un momento (se puede ir en mini bus de Bahar Dar a Tys Abey (1 hora) y comprar la entrada (15 birr/1 euro) o se puede contratar un viaje organizado (de 75 a 150 birrs más la entrada). Un rugido ensordecedor pero delicioso prologa a la vista la fascinación inmediata con la que se deleitará. Tras quince minutos caminando entre montañas, ahí está, imponente, con sus 45 metros de alto y 400 de ancho, las cataratas del Nilo Azul (uno de los dos ríos, junto al Nilo Blanco, que kilómetros después aportan sus aguas al Río Nilo).



El día ha sido largo, pero antes de dormir, otro acontecimiento, nos sorprenderá. Una amiga etiope que conocimos en el bus de Addis a Bahar Dar nos invita a la celebración de la boda de unas amistades que se celebra en nuestro hotel. Junto a ellos disfrutamos de los bailes mientras que me cuenta que esto es solo el segundo día festivo, aún quedan dos más (el primer día es el baile, el segundo la celebración, el tercero se lleva a cabo una fiesta en casa del matrimonio y el cuarto se va a casa de los padres de la novia). No sé cómo, pero finalmente termino en el centro del baile moviendo caderas y hombros, al estilo etiope, junto a los novios. Lo que son las cosas, los que nos íbamos ataviados para la ocasión, en este caso, fuimos los blancos. Ellos, chaqueta, ellas, traje largo; nosotros, pantalón y camiseta.

En Bahar Dar, a 21 de noviembre de 2010.

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