jueves, 16 de diciembre de 2010

Día 2: Caminos de polvo, sudor y lágrimas (hacía Bahar Dar)

Suena el despertador. Son las 04:50 a.m. Tal vez una hora indecente en Europa, pero no aquí. La mayoría duerme, pero varios corren, juegan, apuran los últimos sorbos de vaso largo o preparan su equipaje para marcharse a otro lugar. Es mi caso, mi próximo destino: Bahar Dar. Antes de llegar me esperan muchas horas de camino (Sky bus, autobuses convencionales, 10-12 horas / 306 birrs, aproximadamente 14 euros; en minibus más baratos y menos tiempo pero mucho más incómodo). Será un camino ansiado para mí. En él me acompaña el que he querido que fuera compañero de viaje permanente, el que me conduce y escolta, Ébano, un libro de Ryszard Kapuscinsky.


Conforme dejamos atrás la capital, va floreciendo la Etiopía más cercana a la realidad de los casi 80 millones de habitantes que la pueblan. Habla Kapuscinsky, maestro de periodistas: “En medio de esas palmera y lianas…el hombre blanco aparece como un cuerpo extraño, estrafalario e incongruente. Pálido, débil, con la camisa empapada en sudor y el pelo apelmazado, no cesan de atormentarle la sed, el tedio, la sensación de impotencia. El miedo no lo abandona: teme a los mosquitos, a la ameba, a los escorpiones, a las serpientes; todo lo que se mueve lo lleva al terror, al pánico. Los del lugar, todo lo contrario: con su fuerza, gracia y aguante, se mueven con desenvoltura y naturalidad, a un ritmo que el clima y la tradición se han encargado de marcar…”. Y añade: “Y…el descubrimiento más importante: la gente. Gentes de aquí, del lugar. ¡Cómo encajan en ese paisaje, en esa luz, en ese olor! ¡Cómo se convierte el hombre y la naturaleza en una comunidad indivisible, armónica y complementaria! ¡Cómo se funden en un solo cuerpo!” No se puede describir mejor, tan solo se pueden añadir matices personales, tal como lo duro que resulta ver, dentro de esa unidad, ese paisaje, el caprichoso destino que les depara a los más pequeños para su futuro y el desagradable presente que está escrito para jóvenes y mayores.




Una parada en Debre Markos, a seis horas de Addis Abeba, es justo lo que falta para confirmar que los efectos capitalinos perniciosos que se instalan en la población ya han desaparecido. La gente habla sin pedir nada a cambio, ofrecen una sonrisa, comparten contigo una charla, un poco de injera. Precisamente en uno de sus bares conozco a una joven etiope. Hablamos de Bahar Dar, de la gastronomía o la cultura africana mientras bebíamos la bebida universal por antonomasia, la Coca Cola (la más barata que me he tomado en un bar, 0,20 céntimos de euro al cambio).

En el autobús el negro predomina sobre el blanco: dos alemanes, un noruego, dos israelitas y un español. Parece un chiste… más de diez horas después llegamos a Bahar Dar, que en lengua amarían significa “a la orilla del mar”, la capital de la región de Amara y punto de partida de variadas y estupendas visitas. Pero antes de todo esto, hay que buscar alojamiento. Para ello me alió con Björk, mi otro compañero de viaje en el autobús.



Es de un pueblo cercano a Oslo y ha pasado buena parte de su vida viajando de aquí para allá, de hecho más de 80 países lo atestiguan. Su caso, es el claro ejemplo en el que se pone de manifiesto que querer es poder. Él derriba todos los mitos del viajero yupi o multimillonario. Estudió para chef, pero eso no fue suficiente. Entró a trabajar en una empresa informática y, no sin esfuerzo, fue ascendiendo. Para viajar, a pesar de tener un buen sueldo (más de 3.000 euros), tiene que hacer horas extras en un taxi de un amigo en verano. Todo por descubrir nuevos países, nuevas culturas, nuevas gentes.



No va a ser fácil, hoy es fiesta, se celebra el 30 aniversario de todavía no sé bien que efeméride. Todos los hoteles, hostales y pensiones del pueblo (probamos en más de una docena) están llenos de locales llegados desde distintos puntos del país. Nuestra última oportunidad es negociar con el manager del Ghion Hotel (una de las principales cadenas hotelera y turísticas en Etiopía), un precioso alojamiento a orillas del Lago Tana. Hasta tres horas de incertidumbre tuvimos que aguardar con paciencia y en silencio. La respuesta: “no hay habitaciones disponibles”. Eran más de la ocho de la tarde, noche cerrada ya. La única solución que nos daban era colocar dos camas en el salón de conferencias y cobrarnos 50 birrs (aproximadamente 2 euros al cambio) por pasar la noche. Realmente no era mala idea, y así acabamos: durmiendo bajo una alargada mesa de reuniones, en un catre dispuesto en el suelo y admirando fuegos artificiales que ponían el colofón al 3º aniversario de no sé qué. Tres colores para alumbrar el cielo, los mismos que los de la enseña nacional; verde, que representa la fertilidad, el amarillo que significa libertad religiosa y el rojo, por los mártires y los héroes.

Aun faltaría, en torno a las tres de la madrugada, para completar el surrealismo de la noche, la llamada al rezo para la población musulmana (45 % de la población). No hay horas en el día…

En Bahar Dar, a 20 de noviembre de 2010.

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