miércoles, 10 de diciembre de 2008

DÍA 29: Me llena de orgullo y satisfacción...

Suena el megáfono antes de lo habitual, un poco antes de la seis de la mañana. Las prisas hoy no pueden existir, hay que estar a tiempo en el Palacio Real, hoy es el gran día, el que muchos estamos esperando, la recepción de Sus Majestades los Reyes de España.

El acto protocolario empieza en el polideportivo de Boadilla del Monte (Madrid), con el ensayo de la reverencia y posterior saludo a los monarcas. Santi, uno de los médicos de la expedición, y Silvia, sub jefa de campamento, interpretan los papeles del Rey Don Juan Carlos I y la Reina Doña Sofía, respectivamente. Las chicas deben dar una mano, y hacer una genuflexión con la pierna contraria. Los hombres deben dar la mano, y hacer una reverencia con la cabeza.

Pie de foto: un momento del ensayo del pasamanos / un funcionario cansado en el Palacio Real / Foto de grupo / Un momento de los discursos / Foto de los Reyes con los monitores (las tres de Ángel Colina-Ruta Quetzal) / Zamora desde la playa de Los Pelambres.


La llegada al Palacio Real, situado en la capital de España, justo enfrente de la Catedral de la Almudena, se produce por la entrada principal. Posteriormente subimos las escalinatas de acceso a los salones, adornadas con alfombras y tapices de la Real Fábrica, y elaborados artesanalmente. Cada peldaño subido es uno menos hacía el Salón de las Columnas, el lugar de la recepción oficial a la ruta Quetzal.





Todos los chicos y miembros de la organización colocados, los periodistas en su lugar, y el resto de personas, descolocados. El sofocón es tremendo. Sube la temperatura, y los nervios comienzan a aflorar. Solo pasa cinco minutos sobre la hora prevista, las doce del medio día, y por la puerta situada a la izquierda de la habitación hacen entrada los reyes.





Los discursos son breves, claros y concisos. El rey parece más mayor en persona, y esa condición lo hace todavía más respetable si cabe, y a la vez más entrañable. La reina, sin embargo, cuida su edad con un elegante vestido, de un tono verde claro. Su acento se antoja erudito, mezcla de varias lenguas cultivadas por ella a lo largo de intensa formación.





Se acercan a algunos chavales, y el rey se sorprende cuando ve a Robin, el chico emberá, con taparrabos incluido. La reina nos pregunta a los monitores por los expedicionarios, por la fecha de finalización de la ruta, y ambos nos desean suerte en lo que resta de aventura. En esta ocasión, el protocolo ha marcado el acto, tan solo roto por la alegría de los chavales cantando la canción de la expedición, “Mozart en Ruta Quetzal”, en la estancia adyacente al Salón de la Columnas.




El gran momento, el del pasamanos, espero que quede inmortalizado en una foto que nos regalarán el último día (así fue). Mi idea es ponerla es ponerla en mi futuro, y deseable, despacho. Espero que así sea.




Por la tarde nos esperaba el otro lado de la Ruta, la del sagrado compromiso, cueste lo que cueste. Bocadillo en el autobús y corriendo un acto protocolario bajo el “Lorenzo” a las cinco de la tarde en el exterior del Archivo General de Simancas (Valladolid), y un poquito después, pero ya en un salón de actos del nuevo edificio de las Cortes de Castilla y León, en Valladolid, una presentación de un libro de la pasada edición de la Ruta Quetzal. Para compensar el atropello de horarios y tostón corporativo, la Junta de Castilla y León ofreció un refrigerio a los chicos. Alguno que otro termino el día, a pesar del pan y agua (o refresco, en su defecto), criticando lo criticable.
Después de nuestro paso por la capital vallisoletana, llegamos por fin a Zamora, nuestro lugar de acampada. Fue en la playa de Los Pelambres, a orillas del río Duero, frente a una hermosa postal de la ciudad castellana a la luz de la luna.

En Zamora, el 17 de julio de 2008.

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