Pie de foto: inicio de la caminata / cruce del río Sardinilla / Así van los niños a la escuela que se encuentra en Santa Libra, para que se quejen los nuestros / JP hasta el cuello de barro / Comida pasada por agua con los monis / Uno de los miembros de la comunidad Emberá que nos dio la bienvenida en su canoa / Vista del poblado de San Juan Pequení.
El barro va dificultando el camino y la cuesta coge pendiente. El esfuerzo que hay que realizar de forma constante apenas deja tiempo para disfrutar del bello paisaje. Como en el Camino de Cruces, en este Camino Real, hay algo que me queda muy claro, el ser humano en la selva es solo una pequeña parte del todo, casi insignificante.
Con el final de la subida, las primeras fatigas musculares y desmayos comienza el camino de penurias, con final feliz, eso sí. Para darle más emoción, el tiempo se pone en nuestra contra, y las inclemencias del tiempo son nuestro enésimo enemigo. Un torrente de agua nos sorprende justo antes de la parada para la comida. No valían las capas de agua, ni objeto alguno existente en el mercado. Aquí y ahora solo vale empaparse y disfrutar de ello. De la comida os diré que todo se convirtió en un suculento menú compuesto de galleta mojada, mermelada de agua-pera y ensalada campera con mucho sabor marinero, por eso del H2O dentro de la lata.
A partir de ahí todo el camino era puro barro. Las botas se convirtieron en improvisados esquis de selva, y los pantalones, originariamente de colores varios, se unificaron en uno solo, el de la tierra. Estaba claro, el agua y la mierda nos llevaba al cuello. Esto último es literal. Tanto uno como lo otro. Y es que el último paso antes de llegar a nuestro ansiado destino fue cruzar un río en el cual el líquido elemento nos llegaba precisamente a esa parte del cuerpo que une la cabeza con el tronco.
Aunque parezca mentira, aunque me llamen loco, todo lo que antes he narrado ha merecido la pena. Estamos en un lugar idílico. Hemos superado una prueba de fuego. Hoy todos somos ganadores.
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