jueves, 25 de septiembre de 2008

Día 14: Día D, vivir con una tribu indígena (I)



Pie de foto: inicio de la caminata / cruce del río Sardinilla / Así van los niños a la escuela que se encuentra en Santa Libra, para que se quejen los nuestros / JP hasta el cuello de barro / Comida pasada por agua con los monis / Uno de los miembros de la comunidad Emberá que nos dio la bienvenida en su canoa / Vista del poblado de San Juan Pequení.


Hoy es el día D, el día grande. Arrancamos desde Santa Librada con rumbo a San Juan de Pequení, la pequeña aldea en medio de la selva panameña donde nos esperan nuestros amigos emberás.
La ruta comienza a las ocho de la mañana, y a los diez minutos del inicio, comienza la función. Hay que cruzar un río que cubre hasta las rodillas. Al principio cuesta, pero pronto nos damos cuenta que es solo uno de las decenas de ellos que atravesaremos en la jornada de hoy. Me toca ir en las águilas, el nivel medio en las rutas, junto con muchos chicos de mi grupo, el resto va en jaguares (los más rápidos).

El barro va dificultando el camino y la cuesta coge pendiente. El esfuerzo que hay que realizar de forma constante apenas deja tiempo para disfrutar del bello paisaje. Como en el Camino de Cruces, en este Camino Real, hay algo que me queda muy claro, el ser humano en la selva es solo una pequeña parte del todo, casi insignificante.


Con el final de la subida, las primeras fatigas musculares y desmayos comienza el camino de penurias, con final feliz, eso sí. Para darle más emoción, el tiempo se pone en nuestra contra, y las inclemencias del tiempo son nuestro enésimo enemigo. Un torrente de agua nos sorprende justo antes de la parada para la comida. No valían las capas de agua, ni objeto alguno existente en el mercado. Aquí y ahora solo vale empaparse y disfrutar de ello. De la comida os diré que todo se convirtió en un suculento menú compuesto de galleta mojada, mermelada de agua-pera y ensalada campera con mucho sabor marinero, por eso del H2O dentro de la lata.


A partir de ahí todo el camino era puro barro. Las botas se convirtieron en improvisados esquis de selva, y los pantalones, originariamente de colores varios, se unificaron en uno solo, el de la tierra. Estaba claro, el agua y la mierda nos llevaba al cuello. Esto último es literal. Tanto uno como lo otro. Y es que el último paso antes de llegar a nuestro ansiado destino fue cruzar un río en el cual el líquido elemento nos llegaba precisamente a esa parte del cuerpo que une la cabeza con el tronco.


Aunque parezca mentira, aunque me llamen loco, todo lo que antes he narrado ha merecido la pena. Estamos en un lugar idílico. Hemos superado una prueba de fuego. Hoy todos somos ganadores.

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