lunes, 11 de agosto de 2008

DÍA 3: Los míticos diablos rojos




Pie de foto: una imagen del diablo rojo de Raúl / todos los perrunas en el interior del bus cuando todavía tenían caras de niños (cuanto han crecido) / foto con Raúl, el chófer / Con una mascota, un cocodrilo / y mi amigo Juancho antes de la hora de comer

Aerobic para desperezarse y ducha fría para despertarse. Después comienza el viaje

en los míticos diablos rojos, los autobuses más cañeros de la ciudad. Una experiencia única y que solo puede vivirse en Panama city. Raúl es nuestro chófer, con más de 20 años de experiencias


detrás del volante. Es arte y desparpajo, y encima es panameño. Tiene la licencia de dos líneas de buses en la capital y ostenta el tercer premio en potencia de sonido entre todas las guaguas de la ciudad. Es decir, es el tercer ómnibus que más suena, así que imagínense los viajes de ida y vuelta con el cansino regeton.

Su pasión por su autocar, como si fuera uno más de su familia, hace que a éste no le falte de . Luces y espejos con forma de corazón, guantera de piel, pintura exterior e interior, y dos grandes amplificadores, escondidos, por si lo pilla la policía panameña. El turismo y las líneas de Tumba Muerto y Torrijos Carter son su trabajo. Su objetivo y dedicación, que todo el mundo se lo pase bien en su país, al que ama igual que a su objeto predilecto. Lo dice con su corazón y lo refrenda con sus gestos. Por cierto, y antes de cambiar de tema.

Más tarde, cuando el Lorenzo no daba tregua, hemos estado en un criadero de cocodrilos. Hemos asistido al acto de despiece de uno de estos bonitos y casi inofensivos animales por parte de Miguel de la Cuadra tal y como lo hacía muchos años atrás en la selva del Amazonas. Como él, también lo hemos probado crudo.

De vuelta a casa, al campamento de la Fundación Amador, con Raúl al volante y Coral, ex rutera del 2002 y miembro del grupo de apoyo panameño a la Ruta de esta edición, como magnífica anfitriona, nos han enseñado la ciudad. En bus, eso sí.

Y como hoy el día va sobre ruedas, acabó encima de un bus, como no podía ser de otra manera. En este caso en una chiva parranderas, un autocar que se convierte en discoteca con servicio de bar incluido, ya sea en un sitio fijo o en movimiento, por el módico precio de unos 200 dolares. Los monitores valientes bailamos un rato (bailes de Andrea, Agus Pachecho, Luis, Celia, etc.) al ritmo de las chivas. Fue breve, pero intenso..el baile me refiero.

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