miércoles, 18 de julio de 2012

Día 4: Que buena comida...



Saberse bien alimentado y disfrutar de ello es una máxima mediterránea que por supuesto en Grecia llevan a gala desde primera hora de la mañana: tostadas de paté de aceitunas trituradas, queso feta para untar, fruta, yogurt…




Si volvemos a hablar de pueblos, en Oía se acaba Santorini, pero la isla tiene algún que otro aliciente más aparte de sus playas, sobre todo en forma de conjuntos arqueológicos. El principal es el de Akrotiri, uno de los más importantes del país, y el de la antigua Thera, otrora capital. Junto a éstos, y teniendo en cuenta que el calor achicharra en estas latitudes, otra alternativa al sol y a la playa es subir al Profitis Ilias, el monte más alto de la isla. Después, lógicamente, están sus playas. Las hay para todos los gustos: únicas, como la Red beach; superpobladas por turistas, como las de kamari; con gente y servicios pero menos en Perissa; o más tranquilas como la de Eros (zona de Vlichada). En esta ruta, como complemento culinario, ofrecen buen pescado fresco a un precio decente en Georges (faro) Psaraki (zona Akotiri).




Por única, elegimos la Playa Roja. Bajo una acantilado de arena roja descansa una pequeña cala que contenta a todos con sus aguas transparentes y enormes guijarros, no aptos para juegos con amigos. Pero más allá de las particularidades naturales, es un señor bien entrado en años la gran atracción de este rincón. En su cesto de mimbre trabajado a mano lleva grandes tajos de melón y sandía delicadamente cortados para refrescar a los bañistas, que como diría aquel, se las quitan de las manos.



Sin darme cuenta, esta crónica empezó hablando de comida, una de esas grandes necesidades y a la vez pequeño placer que da la vida, y terminará de la misma manera. Una cena a la luz de las estrellas y el sabor de una buena mesa. Esto también es cultura. ¡Qué aproveche!



En Santorini, a 8 de julio de 2012.

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