Saberse bien alimentado y disfrutar de ello es una máxima mediterránea que por supuesto en Grecia llevan a gala desde primera hora de la mañana: tostadas de paté de aceitunas trituradas, queso feta para untar, fruta, yogurt…
Si volvemos a hablar de
pueblos, en Oía se acaba Santorini, pero la isla tiene algún que otro aliciente
más aparte de sus playas, sobre todo en forma de conjuntos arqueológicos. El
principal es el de Akrotiri, uno de los más importantes del país, y el de la
antigua Thera, otrora capital. Junto a éstos, y teniendo en cuenta que el calor
achicharra en estas latitudes, otra alternativa al sol y a la playa es subir al
Profitis Ilias, el monte más alto de la isla. Después, lógicamente, están
sus playas. Las hay para todos los gustos: únicas, como la Red beach;
superpobladas por turistas, como las de kamari; con gente y servicios pero
menos en Perissa; o más tranquilas como la de Eros (zona de Vlichada). En esta
ruta, como complemento culinario, ofrecen buen pescado fresco a un precio
decente en Georges (faro) Psaraki (zona Akotiri).
Por única, elegimos la
Playa Roja. Bajo una acantilado de arena roja descansa una pequeña cala que
contenta a todos con sus aguas transparentes y enormes guijarros, no aptos para
juegos con amigos. Pero más allá de las particularidades naturales, es un señor
bien entrado en años la gran atracción de este rincón. En su cesto de mimbre
trabajado a mano lleva grandes tajos de melón y sandía delicadamente cortados
para refrescar a los bañistas, que como diría aquel, se las quitan de las
manos.
Sin darme cuenta, esta
crónica empezó hablando de comida, una de esas grandes necesidades y a la vez
pequeño placer que da la vida, y terminará de la misma manera. Una cena a la
luz de las estrellas y el sabor de una buena mesa. Esto también es cultura.
¡Qué aproveche!
En Santorini, a 8 de
julio de 2012.
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