Cientos de islas
salpican el territorio insular griego. De ellas, por tiempo, solo podíamos
elegir dos, ambas en las Cicladas. Tal vez decir eso es poco para situar en el
mapa, pero si hablamos de que entre ese conjunto de 56 islas que baña el Mar
Egeo está, por ejemplo Santorini, la cosa cambia. Precisamente en el sur de
este conjunto se encuentra una de las islas más famosas del mundo que se
distingue del resto por su especial morfología que se debe a la acción de un
volcán hoy en día extinguido. Para llegar hasta ella en verano hay ferrys
diarios desde Atenas y otras islas (puede consultarse los horarios, que varían
mucho, así como los precios, entre 35 y 65 €, en www.fantasticgreece.com)
La capital de la que
dicen fue la antigua Atlántida es Fira o Thira. Allí la vida es bulliciosa,
desordenada y maleada. Hay que intentar huir a la esencia de Santorini, bien en
bus público o alquilando un coche, moto o quad (nunca en el puerto, mejor en el
pueblo). Ésta no es otra que un pequeño pueblo situado al norte que es, para
resumir, la idea que todo el mundo tiene de las islas griegas. Todas las fotos
que están en las guías, de hecho, están hechas disparadas desde estas callejuelas
encaladas de blanco isleño y azul de mar; los atardeceres, dicen uno de los
mejores del universo, también se disfrutan aquí de otra manera; la
tranquilidad, una vez pasada la marea humana que viene para ver el ocaso; y la
buena mesa (a un precio ajustado) en el Restaurante Kyprida. Un rincón
para volver siempre.
Aparte de estos, los
demás pueblos se quedan en nada y solo restan sus playas. Para empezar,
pongamos por caso, en el norte de la isla, Kolumbus. Mañana llegarán más. Ahora
es tiempo de relax en nuestro hotel, Heliophos, en Finikia (1 km. De
Oía), un conjunto bello de casitas con terraza y vistas al mar regentado por
Sofía, una francesa que pasa seis meses trabajando aquí y otros seis meses
viajando. De mayor quiero ser como ella.
En Santorini, a 7 de
julio de 2012.
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