La siguiente parada fue en el Canal de Sant Martin, un cobijo escondido para muchos parisinos alejado de los circuitos turísticos habituales, sobre todo para los Bobos, bohemios y burgueses, que con sus acicalados complementos llaman la atención de los allí presentes por genuinos y auténticos. Sin tiempo a nada, supongo que la magia de Eurodisney tuvo la culpa de emplear tanto allí, fuimos a otro remanso de paz no apto para el turista ávido de tópicos, el Bosque de Vincennes (Bois de Vincennes), situado al este de la ciudad, es el mayor espacio verde parisiense. Allí me tocaba devolverle tanta generosidad a Estefanía y fue el lugar elegido para darle una sorpresa: su madre, Matilde, y su hermana, Graciela, habían viajado desde Cádiz para sorprenderla.
Ya en familia y junto a su marido Simon, el parisino más gaditano que uno pueda encontrar sobre la faz de la Tierra, nos dirigimos hacia el símbolo de París, su Torre Eiffel. A orillas del río Sena su estructura efímera que pensó el arquitecto para esta torre se ha convertido a la eternidad parisina. Las historias de amor se sellan aquí con más glamour, la urbe, no sé sabe bien por qué (no solo por la altura), tiene unas vistas mejores desde este punto. Todo evoca al mismo mundo, la magia y la luz de esta ciudad. Brindemos por ello y por los andaluces; un buen lugar, Le Relais Gascon, en Montmatre, con unas ensaladas especiales tradicionales de la cocina del suroeste francés.
En París, a 25 de octubre de 2011.
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