domingo, 30 de mayo de 2010

Día 3: Somos campeones

Tras la resaca de la victoria aun nos quedaba un largo tránsito hasta Sevilla y, por supuesto, íbamos a aprovechar el tiempo.
Por lo visto en visitas anteriores a Alemania y por lo que me contó una compatriota mejicana ayer en el metro, casi no existen resquicios sociales o legales que queden a la improvisación. Todo, absolutamente todo, está meditado, organizado y pensado. Digo esto porque da gusto pasear por su amplías aceras, hacer uso del transporte público, disponer de cualquier otro servicio a la comunidad…aunque ello haya costado más de un quebradero de cabeza.


Precisamente en el servicio de trenes se puede ver lo que digo. ¿Puntualidad inglesa? No, Quien escribió eso, erró. Puntualidad alemana, y buen servicio alemán. A partir de ahí, se puede comenzar a escribir. Para llegar a Hannover, como a otros puntos del territorio nacional, la completa y basta red ferroviaria cumple a la perfección. Para el turista, y para los que tienen prisa están los trenes rápidos y lujosos (ICI, aproximadamente 40 euros). Para los viajeros y alemanes de clase media están los Metronom (la mitad de precio, aunque comprando el billete Niedersachen para cinco personas sale por 30 euros, y si buscas a gente que viaje hasta tu mismo destino, se puede abaratar el desplazamiento hasta los 6 euros).




El caso es que, como decía el horario, a las 12.14 horas, estábamos en Hauptbanhof, la estación central de Hannover. Precisamente de ese punto parte la visita a la capital de la Baja Sajonia. A pesar de ser jueves, las calles están especialmente tranquilas, las tiendas cerradas y la gente que andaba por allí, demasiado contentas. Algo pasa. Lo descubrimos pronto, cuando llegamos al principal reclamo turístico de la ciudad, el rathaus o ayuntamiento. Un concierto de jazz animaba la plaza que hay justo delante de la fachada de este edificio construido entre 1910 1919. Un teutón nos contó entonces que lo que celebraban era lo mismo que nosotros le 19 de marzo, es decir, el día del padre.


Se acercaba la hora de comer, pero antes, para abrir boca, fuimos al lago Maschesee, un rincón de asueto y retiro en la ciudad y un lugar para hacer postales en vez de fotos. A las 14:30 horas llegamos al restaurante Brauhaus, una gran cervecería con cerveza propia y todos los platos típicos, pero todo en alemán, nada de trabajar el turismo. Lo tenía bien fichado gracias a la guía con la que viajo siempre, la Guía Azul (ediciones Gaesa). Pedimos cerveza por supuesto, la especialidad, codillo con salsa cervecera y metro de salchicha. Costó, pero conseguimos cumplir el reto: los platos lo dejamos vacíos.



Ya solo quedaban dos vuelos parra llegar a casa. El primero, hasta Palma de Mallorca, fue un desastre. Los cuatro desgraciados que tiene Alemania nos tocaron en los asientos de atrás…para denúncialos a la Corte Internacional de justicia y al Tribunal de derechos europeos; el otro, el definitivo, aterrizó en Sevilla, el mismo sitio desde donde salimos dos días antes. Ahora hay pequeño detalle que ha cambiado, somos campeones.




En Sevilla, a 13 de mayo de 2010.

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