jueves, 27 de mayo de 2010

Día 2: Podemos hacer historia (2ª parte)



Nací en El Puerto de Santa María, nadie de mi familia es del Atlético, las rayas rojas y blancas son mis colores. Mi padre no es un gran amante del fútbol y fui yo el que elegí mi equipo. Lo fácil hubiera sido hacerme del Real Madrid o del Fútbol Club Barcelona, pero eso no era bonito. En la vida, lo interesante es lo difícil y así es mi Atleti: sufridor y valiente, amante de las emociones fuertes, como yo. Mi primera camiseta tenía a la espalda el de Tomas Reñones. Ya ha llovido desde entonces. Pero en estos años se ha celebrado poco, al menos no todo lo que debería un gran club como este. Por eso sabía que este momento podía ser único, irrepetible, y había que estar en Hamburgo.

Ya estamos mi hermano, que se dio cuenta de las grandezas de este equipo desde muy pequeñito, y el que escribe con la camiseta colocada, el chandal bien colocado y la bufanda a buen recaudo. Todos los detalles son importantes en cita como las de hoy.

Cogimos el metro con tiempo y llegamos a la parada del estadio. Faltaban diez minutos a pie para alcanzarlo, pero eso fue un camino triunfal. La circunstancia hicieron que ese paseo lo hiciéramos junto a varios “grandes” del último doblete: Kiko Narváez, Santi y López.


Eran las 19:17. Estábamos en el lugar de los hechos, en el que el Atleti tenía que proclamarse campeón de la Europa League por primera vez en su historia. Había tiempo y lo aprovechamos para disfrutar del magnífico ambiente (de las dos aficiones), dar una vuelta por las carpas de los patrocinadores y hacernos unas fotos. La ansiedad iba ganando terreno e inevitablemente no pudimos tardar mucho en entrar. Ahí estaba ese magnífico estadio preparado para tan magna ocasión. Todo dispuesto, las gargantas preparadas, las ilusiones intactas y el sentimiento desbordado.


A 15 minutos del pitido inicial del árbitro italiano que juzgaría esta final, faltaba gente por entrar, pero era el momento de la ceremonia previa. Fue el segundo momento del día en el que emocioné cuando varios niños que portaban las banderas con los escudos de todos los participantes en esa competición iban cayendo a excepción de los que portaban las enseñas del Atletico y del Fulham. ¡Qué grande este momento!; el primero fue en la zona de aficionados, todos juntos a una cantando el “te quiero Atleti”.

Saltaron al campo los dos equipos. Alineación de lujo del equipo de Quique Sánchez Flores. No se puede fallar. Empieza el partido. Un tiro al palo de Forlán, Reyes de falta a punto estuvo y gol del uruguayo. Se cae el estadio. Se despierta del sueño con el empate del equipo londinense. En el descanso el bocata de lomo también nos acompaña, como si estuviéramos en el Calderón.




Comenzamos la segunda parte. Toca sufrir, como siempre. 1-1 en el tiempo reglamentario y comienza la prórroga. La gente no para de animar, pero está asutada, no quiere penaltis, ya conocen la historia. Termina la primera parte de añadido. El Atlético lo intenta, pero los ingleses están muy ordenados. Solo queda soñar. Y falta de solo cuatro minutos llega el goool de Forlán. Gol del Atlético, gol de los atléticos. La alegría se transforma en gritos, saltos descontrolados, aplausos. Nadie puede dejar de festejarlo. Lo hace incluso mi compañero de localidad, un señor de setenta y pico años que nunca había visto ganar un título europeo a su equipo (comprobar Intercontinental). Lo hace mi hermano, que con 17 años tampoco había podido celebrar ni un título con conocimiento de causa. Y lo celebré yo, al que el doblete le cogió pequeño. Aún así, creo que esto no es comparable. Los mayores lo sabe, dicen que esto es lo más.


Escuchamos ala canción de los campeones y levantamos bien alto las bufandas. La mía, la que me acompaña desde pequeño, por fin ha vivido algo grande. Un alemán me la quiso comprar, pero no, amigo, esta bufanda no tiene precio, ya es campeona de Europa.
En Hamburgo, a 12 de mayo de 2010.

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