domingo, 31 de marzo de 2013

Día 2: Oporto, dulce y para los amigos


Oporto, ciudad dulce. Por varias razones. Sus más afamados caldos, por los pasteles que engalanan las vitrinas de las confiterías repartidas por toda la ciudad, por los "tripeiros", su gente, y por el agua que baña a esta hermosa localidad, la del Duero.




Sus orígenes se remontan a épocas romanas cuando se establecieron dos poblaciones a cada lado del río: Portus y Cale. Nosotros empezamos por el primero, la actual ciudad de Porto (mal traducida al español). Un buen punto de partida es la Avenida de los Aliados y la Plaza da Libertade, centro neurálgico de la villa. Antes de seguir, una escapada rápida a la Estación de San Bento, una estación de trenes que cuenta en su hall con la historia del país dibujada en grandes y bellos azulejos.




Con las suelas de los zapatos ya calientes llegamos al punto más alto de Oporto, el campanario de la Igreja dos Clérigos. Más iglesias salpican la zona y una visita obligada, a la librería Lello, de película y, sin lugar a equivocarme, una de las más bellas del mundo.


Después de un primer acercamiento artístico cultural a la ciudad, ya es hora de sumergirnos en el verdadero día a día del “tripeiro”. Cogimos la única línea de tranvía que queda en la ciudad (en otra época método de transporte habitual, hoy día, solo turístico a 2,5 euros el billete) para ir a la Plaza de Batlha. Cerca, a solo dos cuadras, está el mercado de Bolhao. El género es muy similar al de cualquiera de España, a excepción del puesto de gallinas vivas, al estilo marroquí. Tan solo me llama la atención una cosa, todas las tenderas, a excepción de un comerciante, son mujeres.



A la hora de comer también optamos por el estilo de Oporto en un café sencillo y para locales en plena plaza de Batlha con el mismo nombre. Comimos feiojada (en la imagen inferior), una especie de fabada más generosa y contundente y la francesinha, el plato típico de la ciudad. De postre, pastel de nata, que recordarán a los de Belem, tan afamados en la capital.




Para después de almorzar dejamos la segunda parte de la visita: Catedral, alrededores, edificio de la Bolsa…y una joya desconocida de estos rincones declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Iglesia de Sao Francisco, una maravilla difícilmente descriptible en la que las paredes de piedra están forradas de oro, concretamente más de 600 kilos. Cosas de la vida, la iglesia está consagrada a los pobres…



Para terminar la jornada decidimos ver el atardecer en la Ribera, la zona de la ciudad que abraza al Duero. Pero antes de que cayera el sol me llevé un buen rato hablando con Josep Fernando, un artesano con un pequeño taller con vistas al Duero que lleva más de 25 años haciendo miniaturas de barcos con los que navegar en todos los mares del mundo que la imaginación permita.

En Oporto, a 1 de marzo de 2013.

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