lunes, 11 de julio de 2011

Día 5: Un vistazo a la capital del mundo


La visita a Washington debe empezar obligatoriamente por el Capitolio, el corazón del poder estadounidense. En su interior alberga la cámara de representantes, el senado y la corte suprema. Las visitas, de mucho interés aunque sólo en inglés, duran 30 minutos y son gratuitas.




Desde ahí, el centro de Washington, el centro del mundo políticamente hablando, el National Mall vertebra el resto de la visita. Es una zona ajardinada que llega hasta el monumento a Washington y sobre la que se distribuyen los museos pertenecientes a la Fundación Smithsonian. Esta institución privada fue fundad por el inglés James Smithsonian que, paradojas de la vida, nunca visitó Estados Unidos, pero a pesar de ello donó toda su fortuna a los americanos en pro de incrementar y difundir el conocimiento entre los hombres. De entre ellos, el más destacado es el Museo Nacional del Aire y el espacio, el más visitado del mundo por delante del Louvre, el Metropolitan o el Hermitage. Y todos, totalmente gratuitos.





Sin duda, además de las decenas de memoriales (Linconl, Guerra de Corea, Víctimas del Holocausto, Veteranos de Vietnam, etc). Junto a ellos, la atracción más famosa, la Casa Blanca. Tan importante con solo nombrarla, su realidad se reduce a un amplio chalet con zonas ajardinadas donde, de vez en cuando, se ordenan los designios del planeta. A sus puertas, los opositores protestan por ello: unos contra la Guerra de Iraq, otros por el conflicto en los países árabes, etc.





El centro neurálgico del poder está aderezado de todo tipo de instituciones y organismos con sede en la ciudad. Sorprende verlos todos juntos y en un radio tan estrecho pero, por sobredosis, termina cansado. Ese es el momento de planear la retirada.





Antes de hacerlo, fuimos a un supermercado, pero hasta esa simple acción es diametralmente opuesta a como la entendemos nosotros, los españoles, me refiero. La idílica imagen que pueden imaginarse de hacer la compra, cambia mucho por estos lares. Todo, absolutamente todo (excepto mínimas cosas que llaman en plan moderno orgánicas) están procesadas: patatas frita de paquete con sopa Campbell de primero, carne con salsa al curry de lata y piña en su jugo con dos chocolatinas es lo máximo que se puede aspirar comer después de hacer la compra y llegar a casa. Y para beber, una Budweiser.

En DC, 25 de febrero de 2011.

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