sábado, 1 de enero de 2011

Día 6: Relax en el antiguo imperio

A pesar de mis deseos, aún me quedaban dos horas de peripecias al volante y circunstancias varias para llegar a Axum. Esta ciudad, situada al norte del país, otrora capital de un vasto y glorioso imperio, se considera el origen de la actual Etiopía. Abarcaba desde las actuales tierras hasta Eritrea más Sudán y Yemen.


Según marca la tradición, la reconocida Reina de Saba, que hace más de 3.000 años gobernaba estas tierras, obtuvo de Dios sus favores para con sus ciudad después de que el hijo de Saba y Salomón, Menelik II, llevase el Arca de la Alianza de Jerusalén a Axum. Según la leyenda, como explica Denberu Mekonnen Siyoum en la única guía de Etiopía editada en español (Ed. Laertes), el Arca de la que se habla en el Antiguo Testamento se conservaría todavía en la ciudad, en la Catedral ortodoxa de Zion.

Todo este pedazo de la historia estaba a mis pies. Cansado de horas de impertinente viaje, insalubres platos de ducha, ligeros colchones y otros, decidí poner mis pasos rumbo al Yeha Hotel (de la cadena Ghion hoteles). Este establecimiento al que llegué en tuc-tuc, una especie de moto cubierta de lonas y con asientos para dos personas, se enmarca dentro de la categoría medios – altos. En él se alojan grupos de turistas ávidos de la burbuja necesaria para poder decir “he estado en África”, pero sin tocarla. También duerme algún viajero desahogado y otros que llegan despistados. Se alza sobre una colina desde la que se divisa el Parque de las estelas, con sus famosos obeliscos, la iglesia y los Baños de la Reina de Saba.

Todo era idílico, pero estando en este país, eso no podía ser así. Abrí el grifo para darme una ducha y tan solo corría agua fría por las maltrechas tuberías. La lucha, con l, por el líquido caliente, duró todo el santo día. Llegaba la gobernanta, probaba el grifo y se iba; el de mantenimiento, e ídem de lo mismo; más tarde el recepcionista, y así hasta desfilar por el camarote de los Hermanos Marx hasta siete personas diferentes. El final de la historia es bien sencillo, me duché con agua fría. No obstante, esto no fue óbice para gastar el resto de mi día relajado entre lectura, escritura y siesta.



Entremezclando una con otra, me tomé la tarde para visitar los cuatro puntos de interés de la ciudad: el Parque de las estelas (que tiene más de 300 losas, estelas y obeliscos de distintas épocas, la Iglesia de Santa María de Zion, los Baños de la Reina de Saba más las ruinas del palacio de la Reina y la tumba de Gebre Merkal.

Cumplido el protocolo cultural, en este caso más bien escaso pero sentimental, seguí leyendo a Kapuscinski mientras con el rabillo del ojo me deleitaba con los últimos rayos de sol difuminándose en el horizonte. Acto seguido, casi a oscuras ya, conocí a Georgios y Thomas, dos griegos, amantes de los viajes, que habían venido a Etiopía para visitar un proyecto asistencial para niños huérfanos con el que colaboraban.



Para continuar con la charla nos sentamos a la mesa. Pedimos sopa de espárragos y goulash (filete empanado) de cordero. De beber, St. Giorgis, la cerveza nacional. Hablamos de cosas en común, la cultura, la gastronomía, la gestión de nuestros políticos, la crisis, la pasión por el deporte y así hasta las tantas. Hablé lo suficiente; y escuché con atención los más de 65 años de experiencia que atesoraba cada uno de experiencias y vivencias. Nos despedimos hasta la próxima vez que nos veamos por el mundo.

En Axum, a 24 de noviembre de 2010.

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