Para
(casi) acabar nuestro completo viaje por Tailandia tan solo nos faltaba un buen
remate final, Ko Tao, que cerrara el círculo perfecto y de paso nos quitara el amargo
sabor de Ko Samui.
Todo
lo bueno se hace esperar. Lo digo por el tiempo, en concreto las dos horas de
barco (600 bath) que no dejaría de ser uno más si no hubiera sido por el
tremendo oleaje que nos acompañó y que convirtió la cubierta del barco en una
pista de patinaje no apta para cobardes.
Llegamos
al Hotel Buddha View Resort, especializado para buceadores, como casi todo en
Ko Tao, considerada como una meca de estos deportistas por sus aguas
transparentes y cristalinas. Estábamos cansados y tocó la siesta del membrillo,
para los que no la conozcan, la mejor variedad, la que se hace justo antes de
almorzar. Un poco de playa y, aunque parezca mentira, nuestro primer atardecer.
Los días, aunque siempre calurosos, están nublados por las cosas del tiempo
(aquí estamos en su invierno) y jornada tras jornada se nos resistía. Hasta
hoy…hasta que lo vimos en Nang Yuan Terrace.
El
segundo día nos tocaba algo imprescindible en esta isla, un tour de snorkeling
por varios puntos: Thiang Og bay, en búsqueda de tiburones que nunca llegaron,
Tanote Bay, con grandes corales y peces de colores, Gluay Ten Bay, donde sí que
encontré a Nemo y, por supuesto, Ko NangYuan, una diminuta isla frente a Ko Tao
en donde el paraíso cobra su nombre.
Como
decía al principio, todo lo bueno suele tardar en llegar. También el buen
pescado en la mesa. No llegaba el que me satisficiera del todo, el que
recordara para siempre, hasta que la famosa barbacoa del Buddha View abrió sus
puertas. Sobre el hielo, casi moviéndose aún estaba el pequeño atún que a la
brasa del carbón iba a hacerme el hombre más feliz del mundo por unos
instantes, y por solo 150 bath. Exquisito, lo último; inolvidable este
rinconcito en el mundo.
En Ko Tao a 18 de julio de 2013.
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