Tocaba
el fin. El viaje, en mayúscula, empezaba a entrar en el tiempo de descuento.
Era el momento de terminar de saborear el país que nos había acogido durante
tres semanas. Todo lo que ahora sumáramos a nuestros sentidos sería más fácil
de recordar cuando la nostalgia nos pillé allá cuando las nieves de invierno
con abrigo, bufanda y una estufa calentita.
Antes
de marcharse de la capital del caos decían las guías, incluidas las menos
turísticas, que era obligado ir, por enésima vez en nuestra estancia, a un
mercado. Para cambiar y alejarnos del bochorno de las calles de la capital
optamos por una opción a caballo entre el mercadillo español tradicional, para
que se hagan una idea, pero bajo techo, es decir, dentro de un centro
comercial. Esa traducción casi inentendible se llama MBK y además de todo ello
cuenta con una planta dedicada en exclusiva a la gastronomía internacional.
Pero no era éste un epílogo para un viaje. Por eso decidimos encorajarnos para
enfrentarnos de nuevo a Bangkok poniendo rumbo a la torre más alta de
Tailandia, Baiyoke Tower, para ver el atardecer a 304 metros de altura. Ahora
sí, fin del primer acto.
El segundo
acto arranca muy temprano. Empieza un día eterno que se inicia en Bangkok
continúa en Dubai y termina en Berlín. Dubai, la extensión antagónica de este
viaje por los caprichos de las conexiones aéreas es, podríamos decir de forma
breve y concisa, sorprendente. La sorpresa es la palabra que acecha en el
consciente desde que una persona pones sus pies en este estado que conforma (junto con otros seis) los Emiratos Árabes
Unidos. Sorpresa por llegar en medio del desierto y no morir en el intento;
sorpresa por, tras recorrer kilómetros de asfalto sin más, llegar a encontrar
una ciudad de medidas gigantescas; sorpresa por subir al cielo (construido del
mundo), el Burj Khalifa, a más de 800 metros de altura (si quiere visitarlo le recomiendo que reserve con antelación porque se puede ahorrar casi 50 $); sorpresa por ver a
algunos trabajadores extranjeros seguir construyendo esta enorme mentira a 48
grados centígrados a plena luz del sol a las tres de la tarde y, para más inri,
siendo alguno de los trabajadores musulmanes y estar en pleno mes de Ramadán;
sorpresa por perdernos, con mapa incluido, en el centro comercial más grande
del mundo (con gigantesco acuario incluido), el Dubai Mall; sorpresa porque todo aquello exista.
Y no
se olvida tan pronto. Ni con aire acondicionado y poniendo kilómetros de por
medio, pero el viaje continúa. En esa misma madrugada nuestro avión sigue ganándole
distancia al mapa para acercarnos a nuestro hogar. Ahora la parada es bien
distinta, Berlín, capital cultural y económica de la Unión Europea y lugar de
tantas cosas. Por suerte, para no desafiar más a mi maltrecho cuerpo, ya
conocía esta ciudad, y el ritmo fue de paseo tranquilo para refrescar los hitos
monumentales e históricos con que cuenta la ciudad: muro de Berlín, Puerta de
Brandenburgo, Unter den Linden, Parlamento, Isla de los museos, Alexandreplatz,
etc.
Penúltima
parada. La siguiente ya está más cerca. Aeropuerto internacional de Málaga.
Intentamos coger un tren hasta Sevilla pero están todos llenos. Nos vamos a la
cercana estación de buses. Tenemos suerte. En media hora, el tiempo de tomarnos
un bocadillo de tortilla, anhelado por nosotros, llegará el autobús que nos
conducirá a Sevilla. Antes de que las maletas se acerquen al armario ya estamos
soñando con nuevos destinos. Acaba de empezar otro viaje.
Entre
Bangkok, Dubai, Berlín a 23 de julio de 2013.
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