martes, 24 de agosto de 2010

Día 3: Durmiendo con croatas

Sabíamos donde empezaríamos el día, pero no donde lo acabaríamos. Esta era nuestra primera noche sin hotel, en que nos despertamos en la capital croata, Zagreb. El calor nos dio los buenos días desde muy temprano y con el bochorno como acompañante emprendimos nuestra primera e indispensable misión del día: recoger nuestro coche de alquiler, un Skoda Fabia que nos haría el viaje más fácil.


Zagreb es una ciudad monumental, abarcable en poco tiempo, con historia y curiosidades que despiertan la curiosidad del viajero. Bien señalizada, un coqueto tranvía recorre su zona céntrica, teniendo como uno de sus puntos álgidos la plaza Jolic Jelic, presidida desde una altura superior por el mercado, dolac, para los croatas, en el que las sombrillas de los tenderos se han tornado en todo un reclamo turístico. No hay que irse muy lejos para encontrarse con la Catedral de Santa Stjepana, de estilo barroca y que no sólo es de uso turístico, puesto que el pueblo croata realiza culto con más frecuencia que el español. Llamativo y hasta cierto punto simbólico resulta el arco de Kamenita Vrata, en el que se puede encontrar una capilla en plena calle, con sus bancos y todo.



El turistas asiático se ha hecho con las calles de Zagreb y retratan la ciudad entre la más alta tecnología, el más claro ejemplo una familia de Hong Kong que conocimos. Una matrimonio con sus dos hijos y cada uno de los miembros iba equipado con su propio equipo, el de unos fotográfico, el de otros de vídeo.


La Iglesia de Santa Marka despertó nuestra admiración debido a su techo policromado, en el que quedan reflejados los escudos de armas de Zagreb y de Croacia. Tras el paseo llegó el momento de reponer fuerzas y lo hicimos en una bonita plaza, donde elegimos uno de los restaurantes de la cadena VIP, en la que disfrutamos de la compañía de Rafa Nadal, que iba camino de su segundo Wimbledon. Nos extrañamos del tiempo de asueto de los profesionales de la hostelería en Croacia, muchos camareros, que no disimulaban su aburrimiento mientras comían, bebían y fumaban en su horario laboral, casi como si fueran unos clientes más.


Salimos de Zagreb en dirección a no sé sabe dónde. En la oficina turística nos recomendaron la localidad de Rastoke y que gran consejo. Este pueblecito, situado en la comarca de Slunj resulta imprescindible a la hora de visitar Croacia. Rastoke es todo un paraíso natural, por el que se accede a través de un puente que parece sacado de Indiana Jones. Riachuelos, cascadas y el verde instalado en la retina, en medio de ese frescor y sensación de liberad que sólo hace posible la naturaleza en estado puro.


Partimos hacia el Parque Nacional de Plitvicka jezera, con la intención de encontrar alojamiento en el camino. Nos atrevimos a dormir en casa de una familia croata, algo de lo más habitual y que se ofertaba cada 50 metros en la carretera. Todo legalizado, tomaron nota de nuestros datos, pasaporte en mano, pagamos unos 13 euros y pudimos gozar de baño y habitación con vistas. La familia demostró su hospitalidad invitándonos a dos chupitos de una bebida típica.

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