lunes, 27 de julio de 2009

San Fermines (5ª parte)


Fueron minutos, los que van de las once y pico a las dos menos algo. La ducha, único reparador a esas horas y después de tantas en pie, fue lo que me hizo despertar. Eso, y la comida que nos preparó Mamen, la madre de Marta. Sin lugar al despiste, y con dos buenos bocatas de ajoarriero (bacalao con patatas y demás especies) bajo el brazo, María José y yo nos fuimos directos al coso de Pamplona, el que gestión la Casa de la Misericordia, una institución pamplonica con años de historia que se dedica a ayudar a los que más lo necesitan. Desde los aledaños se respiraba la fiesta. Allí el centro de toda la algarabía es el toro, estábamos en la fiesta por antonomasia, en la continuación del encierro, en el final de la vida de ese animal bravo que se hace más grande, si cabe, en la capital Navarra. La anécdota, y la suerte, que por ahora, y tocamos madera, me sonríe, volvió a estar de mi lado. Las entradas que tenía, gentilmente cedidas por la tía de Marta, Begoña, tenía la fecha del día siguiente (hubo un lapsus). En cualquier plaza del mundo me hubieran mandando a mi casa a cambiarlas, o a Cuenca, a por ajo y agua, pero no, aquí no. Entramos sin problemas, y por eso lo cuento. Si algún día lo lee el jefe de porteros, vaya por delante mi agradecimiento.



Los festejos taurinos han estado siempre ligados a esta fiesta. Se remontan al siglo XIV, aunque es a partir de 1767 cuando se celebran con regularidad y como colofón al encierro. La corrida comenzó a las 18.30, como marcaba el reloj de la plaza. El sol estaba repleto de batas blancas, que a no ser por las explicaciones de los anfitriones, nadie acertaría a decir por qué. No había operaciones, lógicamente. La razón era bien sencilla, a la plaza, en sol, se va uno a divertir. La medida está en los cubos de tinto que le tire a su vecino de localidad. Todo un despropósito de buenas intenciones. Eso por una parte, por la otra un festín de los de aupa. Y para rematar, La chica Ye-ye o rancheras mejicanas.



En la sombra, los serios, que inevitablemente también ríen con las ocurrencias de los que están en la solana, se disponen, se supone, a ver otra corrida, la que se da sobre el albero, y que en esta ocasión enfrentaba a los diestros Serafín Marín, David Mora y “Joselillo” frente a astado de Dolores Aguirre, a la postre galardonados como los mejores del ciclo.



Lo que respecta al festejo, que no me alargaré porque no es esto una crónica de las taurinas al uso, se dio bien. Serafín Marín sigue en una racha que no levanta cabeza, David Mora, aseado y valiente, y “Joselillo”, valiente también, y muy dispuesto. Ninguna belleza para recordar toda la vida. Bueno sí, el gran conjunto que toreros, toros, público y ambiente, sí ambiente, conformarán en mis retinas como la primera, que espero no la única, visita a la plaza de la Misericordia.



Y sobre el gran protagonista, el toro, tengo algo más que decir. La belleza de los astados que saltaron al albero pamplonés, con unas hechuras casi perfectas, unos músculos definidos, unos pitones de infarto…hacen del toro bravo, de estos toros bravos con mayúscula, un animal deseado, venerado y cuidado, mal que les pese a muchos.



En Pamplona, a 11 de julio de 2009

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