jueves, 23 de julio de 2009

San Fermines (4ª parte)


Para terminar la mañana como un auténtico pamplonica, hay que tomar unos buenos churros con azúcar y chocolate en la calle Estafeta. La cola es considerable, pero ni el cansancio puede con ellos. Las calles, recién montadas de nuevo, rebosan de gente, de alegría, de color. Es la impresionante vida de una ciudad que no duerme en fiestas.



Nos cruzamos con los rezagados, los que apuran los últimos sorbos de un elixir que debe ser mágico, los que aprovechan los últimos besos de amor o de pasión, los que vuelven, para descansar, los que van, pero a trabajar. Pero el camino, infinito en cuanto a posibilidades de posible distracción, se desvía hacía el penúltimo evento antes de dormir, y ya son las 11 de la mañana del día siguiente. Vemos los gigantes y cabezudos, una cabalgata a pie para niños, pero también para mayores. Es la penúltima, digo. La última parece sencilla pero no lo es tanto: llegar, evitando tentaciones, a la cama, dulce cama. En tres horas suena la alarma. San Fermín debió prohibir eso de descansar mientras que se celebraban las fiestas en su honor…


Dentro de unos cuantos minutos más, mucho más.


En Pamplona, a 11 de julio de 2009.

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