jueves, 11 de junio de 2009

Día 3: Esto no es turismo, es un campo de concentración

No hay película, libro, ni nada que se le pueda parecer, por mucho que se haya hecho, que pueda transmitir lo que se vivió en los campos de concentración nazis. Esas escalofriantes sensaciones solo pudieron conocerlas, para su eterna desgracia, las miles de personas que murieron de inanición, frío o crueles torturas. Y los que, a pesar de los pesares, sobrevivieron en cuerpo que no en alma, ya que ésta les fue robada nada más entrar en los campos.


Para acercarse un poco a este gran sinsentido de la humanidad, del que fueron parte activa los que ya conocemos, pero también, y no hay que olvidarlo, los miles de ciudadanos que miraron para otro lado durante la barbarie, visité un antiguo campo de concentración, que no de exterminio.


“Arlet macht fre” (“El trabajo te hará libre”) era la sarcástica frase que leían los prisioneros en entrar al campo de concentración. A partir de ese momento, el proceso deshumanizante, la maquina nazi, comenzaba a trabajar. Eran desvalidos de toda pertenencia, de su pelo, y lo más importante, de sus derechos. A partir de entonces, simples números, con diferentes categorías, al servicio del régimen. De entre todos sus presos, me llamó la atención, por mi desconocimiento del dato, uno español: Largo Caballero.


De la dura visita, aderezada con la lluvia intensa, el viento grueso, y el frío que cala por entre las lanas y algodones, me quedo con la parte reflexiva, en la que se entra obligatoriamente cuando un espejo, en forma de indignos barracones, zonas de tortura, y mucho más, de lo que hizo el hombre no hace tantos años, te devuelve lo que hicieron otros.



En Berlín, a 8 de marzo de 2009

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