miércoles, 6 de abril de 2011

Día 1: El museo es NYC


Dice Enric González en su delicioso libro Historias de Nueva York (RBA) que “cuando en Nueva York son las tres de la tarde en Europa son las nueve de diez años antes”. A mi colega de profesión y corresponsal de El País (ahora en Jerusalén) no le falta razón. En una especie de ciencia ficción reconocida, la tecnología y los avances nos apabullan desde que subes el último peldaño de la estación de metro. El cine, otra vez, Internet o la tv nos lo habían dicho, pero en este caso, la realidad supera a la ficción. El epicentro del centro del mundo está en el cruce entre la 42 th con la 7 th, o lo que es lo mismo Times Square; las catedrales aquí se erigen con cemento y mucho cristal y sus vidrieras son de LED ultramoderno.





Pero aquí todo es factible de poder ser: libras de M&M servidas a granel, montarse en una noria dentro de una tienda Toys `R´ Us, un kilo y medio de hamburguesa con patatas fritas, millones de vinilos antiguos… En esta ciudad hay mucho de todo, incluidos museos, pero el más grande está en sus calles: tiene miles de plantas dedicadas a la construcción y al diseño (empezando por el mítico Empire State Building que hoy hemos visitado), otros millones de metros cuadrados lo dedica a la parte antropológica (toda raza, nacionalidad, religión y cultura puede verse por sus amplias avenidas, y tampoco se queda corta el ala dedicada al arte.





Para ver toda esta gigantesca sala expositiva en la que se conforma la ciudad hace falta una cosa que siempre le falta al turista, tiempo. Por ello, saqué una pronta conclusión, Nueva York es, definitivamente, una ciudad para vivirla no para visitarla. Pero a falta de pan, y como prólogo a una estancia mayor, lo mejor es echar un vistazo general a la Gran Manzana desde el Top of the rock (Rockefeller center, 20 $). Las vistas en 360 º son insuperables. Antes se me olvidó, en NY también pueden comprar kilos de diamantes. Lo encontrarán en Tiffany & co (727, 5 th Ave.), la joyería más famosa del mundo gracias a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes.





También nos pasamos para acabar un día agotador por Broadway y cumplir con un plan clásico, un musical. Lo importante no es el título, que tendrán que elegir en función de su compresión del inglés, los horarios, etc., lo fundamental es conseguir las entradas a buen precio. Para hacerlo hay que cumplir religiosamente con la cola que se forma en TKTS (cruce de Broadway y W 47 th st.), unas taquillas que despachan las localidades con hasta un 50 por ciento de descuento. Nosotros conseguimos las nuestras para Mary Poppins (soberbio) por 34 $, justo la mitad. Y de la magia sobre las tablas del teatro cambiamos a una parecida que se hace en la televisión. Cosas de la vida acabamos presenciando el rodaje de un video clip para un grupo sudafricano en un estudio neoyorkino con Pitu a las tantas de la noche. No se si han oído hablar del croma, pues en esa lona está el truco de fabricar los sueños en este caso, que un día más nos siguen. ¡Corten! ¡Toma dos!



En Nueva York, a 22 de febrero de 2011.

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