Los festejos taurinos han estado siempre ligados a esta fiesta. Se remontan al siglo XIV, aunque es a partir de 1767 cuando se celebran con regularidad y como colofón al encierro. La corrida comenzó a las 18.30, como marcaba el reloj de la plaza. El sol estaba repleto de batas blancas, que a no ser por las explicaciones de los anfitriones, nadie acertaría a decir por qué. No había operaciones, lógicamente. La razón era bien sencilla, a la plaza, en sol, se va uno a divertir. La medida está en los cubos de tinto que le tire a su vecino de localidad. Todo un despropósito de buenas intenciones. Eso por una parte, por la otra un festín de los de aupa. Y para rematar, La chica Ye-ye o rancheras mejicanas.
En la sombra, los serios, que inevitablemente también ríen con las ocurrencias de los que están en la solana, se disponen, se supone, a ver otra corrida, la que se da sobre el albero, y que en esta ocasión enfrentaba a los diestros Serafín Marín, David Mora y “Joselillo” frente a astado de Dolores Aguirre, a la postre galardonados como los mejores del ciclo.
Lo que respecta al festejo, que no me alargaré porque no es esto una crónica de las taurinas al uso, se dio bien. Serafín Marín sigue en una racha que no levanta cabeza, David Mora, aseado y valiente, y “Joselillo”, valiente también, y muy dispuesto. Ninguna belleza para recordar toda la vida. Bueno sí, el gran conjunto que toreros, toros, público y ambiente, sí ambiente, conformarán en mis retinas como la primera, que espero no la única, visita a la plaza de
Y sobre el gran protagonista, el toro, tengo algo más que decir. La belleza de los astados que saltaron al albero pamplonés, con unas hechuras casi perfectas, unos músculos definidos, unos pitones de infarto…hacen del toro bravo, de estos toros bravos con mayúscula, un animal deseado, venerado y cuidado, mal que les pese a muchos.
En Pamplona, a 11 de julio de 2009
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