Por arte y gracia de una pamplonesa, mi amiga Marta, monitora también de la Ruta Quetzal 2008, estos sueños taurinos al alba se han hecho realidad, han cogido forma estos días. De su mano, y la de sus padres, grandes anfitriones que lo son, hemos descubierto una fiesta por descubrir, los San Fermines. No todo es lo que parece, ni lo que es, es como se imaginaba. Al final, todo es mejor.
Veníamos de Bilbao Marta, la pamplonica, Palma, María José y yo. Allí, en la estación de autobuses, nos encontramos con Ane. Más tarde, en casa de Marta, con Pacheco y Celia, y por la noche con Eva. Desde que pusimos los pies en territorio navarro, fue un no parar, créanme. Lo primero que hicimos fue dar una vuelta por la gran Pamplona, estos días tomadas por una población que llega a los cerca de los 3 millones de personas, y que multiplica a su población real de la ciudad, unas 200.000 personas. Lógicamente no pierde su encanto, pero la auténtica invasión de foráneos que recibe la hace ser “otra” ciudad abierta por fiestas.
Visitamos la Ciudadela, el gran pulmón verde pamplonica, el Casco Viejo, y para ir entrando en materia, hicimos el recorrido del encierro, sin toros, todavía. A las 21 horas, más o menos, cuando termina el festejo en el coso de la Misericordia, es la hora de las peñas. Auténticas protagonista de estas fiestas, niños, jóvenes y mayores van saliendo de forma “ordenada” de la plaza con sus cantando, bailando y transmitiendo alegría a litros, los mismos que minutos antes se han derramado unos a otros con ayuda de cubos cargados de tinto, o pistolas acuáticas con otro líquido elemento más sabroso en su interior. Para ellos, no hay duda, una buena ducha. Para nosotros, nos esperaba otra parte fundamental, aunque más desconocida de la Fiesta del Toro, el encierrillo.
En Pamplona, a 10 de julio de 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario