De los noventa minutos no les diré nada, ahí están las crónicas que firmarán periodistas más afines a uno u otro equipo, y lo que realmente cuenta para el Rey, o el Príncipe en su defecto, el resultado que es el que marca a quien hay que darle la copita. La experiencia fue bonita, pero solo mientras duró. Es decir, escasos minutos. El sufrimiento iba en aumento conforme se consumían los minutos y mi cabeza se imaginaba en las celebraciones del equipo rival para cubrirlo, como un profesional, en el medio para el que trabajo. La vida a veces es así de caprichosa…
Faltaba el viaje de vuelta, un auténtico suplicio que duró el mismo tiempo que a la ida pero no duró lo mismo. La eternidad se hizo carretera, la que une Barcelona con Sevilla. Llegué, sano, salvo y a las 11 horas del jueves 20 de mayo. El trabajo, las celebraciones y las declaraciones gloriosas me esperaban para montar los reportajes y piezas para el informativo. En esta ocasión la historia no la escribieron bien. Tocó sufrir. Me quedó, pues, con la experiencia.
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